“SANGRE
EN LA BODEGA”.
Capítulo 1.- El mensaje.
Aquella
noche no había dormido bien, había vuelto de un largo viaje y me costó
conciliar el sueño. De madrugada, cuando empezaba a quedarme dormido, me
sobresaltó el pitido del teléfono móvil, que había dejado sobre la mesilla. Era
el sonido inconfundible de la entrada de un mensaje de WhatsApp. ¿Quién me
mandaría un mensaje a esas horas?, pensé. Me incorporé y cogí el teléfono para
leer el mensaje, era Pedro:
- Algo
terrible ha ocurrido, por favor ven cuanto antes.
¿Qué
le habría pasado a mi amigo?, debía tratarse de algo muy grave para que me
mandase un mensaje a esas horas de la madrugada…
Me
levanté de la cama rápidamente y le devolví el mensaje para preguntarle, pero
ya no estaba en línea; intenté llamarlo, pero el teléfono se encontraba apagado
o fuera de cobertura o, al menos, ese fue el mensaje de la operadora.
Pedro
y yo éramos amigos desde la infancia y, aunque nuestras vidas habían tomado
rumbos diferentes, nunca llegamos a perder nuestra buena amistad, posiblemente
era mi único buen amigo. El continúa viviendo en Jumilla, un pueblo de la
comarca murciana del Altiplano cuya actividad económica principal es la
viticultura, a la que su familia se dedica desde hace varias generaciones. En
mi caso, mi trabajo de escritor y periodista me trajo hasta la capital, donde vivo
en un pequeño y céntrico apartamento desde hace varios años, lo que ha ocasionado
que nuestra relación se ciña, casi exclusivamente, a mis viajes a Jumilla en
Navidades y a sus visitas a Madrid para asistir a las presentaciones de mis
libros, lo que ocurre cada dos o tres años; mi trabajo de periodista no me deja
mucho tiempo para escribir.
La
última vez que nos vimos fue precisamente en la presentación de mi último libro,
una novela de misterio ambientada en el Madrid de los Austrias, hacía
escasamente quince días. Pedro siempre viene a las presentaciones de mis libros
y al finalizar aprovechamos para salir por Madrid y recordar los viejos tiempos,
los buenos recuerdos de nuestra infancia, los juegos entre viñedos… Sin
embargo, aquel día Pedro estaba diferente, intuí que estaba preocupado por
algo, pero cuando le pregunté sólo me dijo que en unos días comenzarían los
despuntes en los viñedos, un trabajo que conozco muy bien y que consiste en
recortar los sarmientos de las cepas de forma que permita la adecuada entrada
de la luz del sol en los viñedos. Recordamos aquellos días de nuestra infancia
en los que ayudábamos a la familia de Pedro con los despuntes, aunque en
realidad lo que más nos gustaba era escondernos entre los viñedos y comernos la
uva cuando empezaba a madurar.
Con
estas reflexiones dando vueltas en mi cabeza, me vestí y cogí mi maleta gris, que
siempre está preparada para viajar. Me gusta visitar durante unos días los
lugares donde ambiento mis novelas y mi maleta gris, siempre a punto, me
acompaña en todos mis viajes. Bajé al garaje y subí a mi coche, me esperaba un
largo viaje que me haría llegar al amanecer a la bodega de mi amigo.
Capítulo 2.- La bodega.
Estaba
amaneciendo cuando llegué al pueblo y me dirigí directamente hacia la bodega de
la familia de Pedro. Tras acceder desde el vallado exterior pude verla, era tal
como la recordaba, altiva, espectacular, grandiosa, poderosa… Me vinieron a la
mente recuerdos de mi niñez, jugando y correteando con Pedro entre las barricas
de roble, escondiéndonos entre ellas. La bodega, aunque había sido reformada, continuaba
manteniendo el característico aspecto exterior que tan bien conocía, con una
puerta de entrada imponente flanqueada por dos torres de dos plantas. La
construcción, realizada por los antepasados de Pedro, databa de finales del
siglo XIX, la época dorada de los viñedos del Altiplano jumillano, y la forma
de U de la entrada servía para recordarnos el producto al que dedicaban su
trabajo y su vida, la Uva. Pedro me dijo en alguna ocasión que su bisabuelo, al
que se debía la construcción frontal de la bodega, era un enamorado de la
simbología y procuraba que todo lo que hacía tuviera algún significado
simbólico.
Junto
a la entrada de la bodega había varios vehículos de la Policía Local y de la
Guardia Civil. Pude ver a varios agentes que rodeaban la entrada prohibiendo el
acceso, probablemente, a los curiosos que ya empezaban a arremolinarse al otro
lado del cordón policial. Frente a la puerta de entrada a la bodega pude ver a
Pedro junto a un sargento de la Guardia Civil con el que conversaba, aparqué el
coche y me dirigí a su encuentro.
Capítulo 3.- El asesinato.
Pedro,
nada más verme, salió corriendo a mi encuentro. Se le notaba cansado y con el
rostro desencajado. Se abalanzó sobre mí y me abrazó efusivamente, estaba
realmente angustiado.
- Arturo,
gracias a Dios que has venido.
- Pedro,
estoy muy intrigado, por favor, cuéntame lo que ha ocurrido.
- Aquí
no, ven –me cogió del brazo y me llevó hasta una esquina de la bodega, lejos de
la gente.
- Ha
muerto Ramón, el catador… en la bodega, parece que lo han asesinado –las
palabras de Pedro se atropellaban sin orden ni concierto, estaba muy nervioso.
- ¿Ramón?,
¿muerto?, ¿asesinado?... –no podía creerlo. Ramón llevaba toda la vida
trabajando en la bodega, era como de la familia. Todavía recuerdo cuando corría
detrás de nosotros entre los viñedos o cuando nos escondíamos de él entre las vetustas
barricas de vino Monastrell, la única variedad de uva que se cultivaba en los
viñedos familiares. La familia de Pedro siempre se ha negado a cultivar otras variedades
no autóctonas, y ha continuado con la tradición familiar de cultivar la
variedad Monastrell y mejorar sus caldos, lo que ha hecho que su bodega haya conseguido
uno de los mejores vinos tintos de Jumilla.
- Estaba
deseando que llegaras, nadie sabe lo que ha ocurrido realmente. De madrugada
nos llamó la Guardia Civil, que llegó alertada por la alarma de la bodega.
Cuando entraron, encontraron el cadáver de Ramón en el interior de la vinoteca,
rodeado de un charco de sangre, según me acaba de informar el sargento.
La vinoteca, a la que se accede desde la
bodega, es el lugar donde se recibe a los visitantes que vienen a ver la bodega
y que, tras probar las diferentes variedades de vino, suelen adquirir algunas
botellas. Se trata de una forma de promoción del vino que se ha puesto de moda
en los últimos años, conocida como enoturismo, y que ayuda a las bodegas a dar a
conocer al público las bondades de sus caldos.
- El
Juez ha venido hace un rato a proceder al levantamiento del cadáver y la
Guardia Civil ha ido a comunicar a su esposa lo ocurrido –se lamentó Pedro.
- Pedro,
tenemos que mantener la cabeza fría si queremos encontrar al asesino. Por
favor, dime en qué estado estaba el cadáver, cómo ha muerto, las personas que
podrían estar interesadas en su muerte… –le dije sacando mi vena detectivesca
propia de mis mejores novelas, que todavía están por llegar.
- Tienes
razón –contestó lacónicamente.
Pedro
me contó que el cadáver había aparecido en la vinoteca rodeado de un gran charco
de sangre, con un disparo que le había atravesado el corazón y, según le había
dicho el sargento de la Guardia Civil, el disparo se había realizado a escasos
centímetros del pecho –Ramón conocía al asesino– intuí.
Además,
la Guardia Civil le había dicho que la puerta de la bodega estaba cerrada, por
lo que parece que el asesino tenía llave y cerró la puerta al salir.
- Hummm,
¿el asesino cerró la puerta al salir?, ¡qué educado!, –pensé–.
Había
sido un día muy largo, necesitaba descansar un poco y ordenar mis ideas, así
que quedé con Pedro en la bodega a primera hora del día siguiente.
Capítulo 4.- Los sospechosos.
Cuando
llegué a la bodega Pedro ya estaba esperándome. Junto a él había tres personas
más, que parecían muy afectadas por la muerte de Ramón. Pedro comenzó con las
presentaciones:
- Sofía
es el sumiller de la vinoteca, es la persona encargada de realizar la selección
de los vinos que se ofrecen a nuestros visitantes. Además, también se encarga
de guiar a los visitantes en su recorrido por la bodega, aconsejarles sobre qué
el vino comprar, su conservación…
Saludé
a Sofía. Era una mujer de mediana estatura, delgada y morena, que rondaría los
treinta y tantos años. Me llamaron la atención sus profundos ojos azules, ahora
enrojecidos por las lágrimas. Por la forma en que Pedro se dirigió a ella,
adiviné cierta cercanía, no sé si sentimental, entre ellos.
- Arsenio
es el enólogo, es nuestro científico y la persona que se encarga de la
supervisión de todo el proceso del vino, tanto en los viñedos como en la
bodega.
Saludé
a Arsenio. Era un hombre de mediana edad y baja estatura, de complexión fuerte
y con una calvicie incipiente. Su semblante transmitía cierta preocupación,
aunque no le di mayor importancia, en aquellos momentos todos estábamos
preocupados.
- Luis
es el jefe de la bodega, es la persona que dirige todo esto. Ya lo conoces,
lleva toda la vida con nosotros.
Saludé
a Luis afectuosamente, nos conocíamos desde hace años. Luis empezó a trabajar
en los viñedos muy joven y con los años y la experiencia fue escalando puestos
hasta llegar a jefe de bodega. Se podría decir que era la mano derecha de
Pedro, la persona que dirigía la bodega en su ausencia. En nuestra juventud
habíamos coincidido muchas veces los tres cuando salíamos por el pueblo.
Todavía manteníamos una buena amistad.
Le
pregunté a Luis qué pensaba de todo aquello y si sospechaba de alguien.
- Hace
unos años que nuestra bodega no está dando un buen vino, la calidad ha bajado
considerablemente y se empieza a notar en las ventas. Desde la apertura de la vinoteca
las ventas han aumentado, pero no lo suficiente.
- ¿Y a
qué puede ser debido? –pregunté-. Esta bodega siempre ha dado el mejor vino del
Altiplano.
- No lo
sé, utilizamos las mejores uvas, pero el caldo no es el mejor. Ramón, el
catador, me dijo hace unos días que tenía dudas de Arsenio, el enólogo. No le
hice mucho caso y ahora ya no podemos preguntarle.
¿Podría
ser ese el móvil que estaba buscando?, ¿Tendría Arsenio algún motivo para adulterar
el vino?, y si esto fuera así, ¿Sería Arsenio el asesino?
Con
estos pensamientos en la cabeza, me acerqué a Jumilla para tomar algo, tenía el
estómago vacío y necesitaba pensar. Recordé que la Guardia Civil le había dicho
a Pedro que al llegar encontraron cerrada la puerta de la bodega. Me resultaba
tan extraño que el asesino se hubiese tomado la molestia de cerrar la puerta…
Cuando
ya comenzaba a anochecer, volví a la bodega, que ya estaba cerrada. Entré y deambulé
durante horas por la bodega. Buscaba algo, pero no sabía qué. Necesitaba alguna
pista que me llevase sobre el asesino.
Capítulo 5.- El pasadizo
secreto.
La
bodega estaba distribuida en cuatro pasillos con dos hileras de barricas de
roble cada uno, en los que el vino se colocaba por antigüedad. En el primer
pasillo, el más cercano a la entrada, se encontraba el vino joven, en el segundo
el de crianza, en el tercero el de reserva y en el cuarto el de gran reserva.
Me dirigí al último pasillo, donde el olor a barrica es más intenso. Recordé
que al final de este pasillo había un acceso a un pasadizo secreto (sólo lo
conocíamos Pedro y yo) en el que acostumbrábamos a escondernos y a jugar cuando
éramos niños. Al pasadizo se accedía moviendo el grifo de una barrica que
estaba adecuadamente disimulada en la pared del fondo del pasillo. Giré el
grifo y accedí al pasadizo. Estaba oscuro, encendí la linterna y entré. Me lo
imaginaba lleno de telarañas, pero, curiosamente, no era así; parece que alguien
lo estaba utilizando. El pasadizo era ideal para escabullirse tras el asesinato
y esperar al día siguiente para escapar, esto explicaría que la puerta de la
bodega estuviera cerrada, pero ¿quién podría conocer su existencia?
Al
final del pasadizo había una pequeña habitación que había sido excavada, como parte
del pasadizo, en el monte situado detrás de la bodega. Llegué a la habitación,
que tenía una pequeña bombilla en el centro. Encendí la luz y apagué la
linterna. En el centro había una pequeña mesa redonda y dos sillas. Eran la
misma mesa y las mismas sillas que recordaba. Eché un vistazo al resto, pero no
había mucho más, salvo varios cuadros pegados en la pared del fondo, formando
una especie de collage. Me acerqué a verlos, me resultaban muy familiares. La
mayoría eran escenas de nuestra juventud, entre ellos había un cuadro en el que
aparecíamos Pedro y yo frente a una casa que creí recordar. Le hice una foto
con el teléfono móvil, por si acaso.
- ¿Quién
anda ahí? –oí gritar a alguien desde el otro lado del pasadizo–.
Salí
de la habitación, no quería que me vieran allí, y corrí por el pasadizo hasta
la entrada. Era Arsenio, la última persona con la que quería encontrarme.
- Vine
anoche a echar un vistazo y se me ha ido el santo cielo. ¿Qué hora es?
–pregunté, intentando disimular–.
- Son
las seis y media, los trabajadores de la bodega llegarán de un momento a otro
–contestó con voz seca y ronca–. Nunca he visto a nadie en esta zona de la
bodega ¿Qué hay ahí?
- Nada
–contesté titubeando–, solo recuerdos.
Cerré
la puerta del pasadizo tras de mí y salí de la bodega con paso ligero, no me quería
estar a solas con Arsenio.
Aquella
mañana no dejaba de pensar en la casa del cuadro, me sonaba tanto... Tenía la
sensación de que aquella casa tenía alguna relación con el asesinato.
Decidí
acercarme a un bar del pueblo para mostrar la foto a alguien del lugar, quizás
alguien supiera la dirección de la casa. La idea fue buena, porque en el primer
bar al que fui un hombre, copa de vino en mano, me facilitó la dirección.
- Sí,
claro que la conozco, es la casa del pintor. Lleva abandonaba más de veinte
años. Nadie del pueblo quiere acercarse por allí. Señor, yo de usted no iría
–me aconsejó–.
La
respuesta no me dejó muy tranquilo, más bien todo lo contrario, pero tenía que acercarme
a la casa. Estaba seguro de que algo encontraría allí.
Estaba
anocheciendo, no podía esperar más. Cogí el coche y me dirigí sin más dilación
a la casa del pintor.
Capítulo 6.- La casa del
pintor.
La
casa se encontraba en el lugar más recóndito y alejado del pueblo. Me costó
encontrarla, pero al fin pude llegar. Me encontraba frente a la puerta del
jardín; por encima de ella pude vislumbrar un estrecho sendero de piedra que
llegaba hasta la puerta de la casa. Abrí la puerta y caminé por el sendero de
piedra que terminaba en la casa. A mi alrededor emergía un bosque de maleza
descuidada que daba al jardín un aspecto tétrico. El aspecto exterior de la
casa no era mejor, estaba repleta de enredaderas que no permitían ver el muro y
que invadían la puerta y las dos ventanas que la flanqueaban. Me abrí paso
entre la maleza hasta llegar a la puerta, el picaporte estaba frío, muy frío.
Lo abrí y empujé suavemente la pesada puerta, que comenzó a abrirse con gran
facilidad. Me resultó extraño, porque la casa parecía abandonada. Abrí la
puerta despacio, muy despacio, mientras el chirrido de las desengrasadas
bisagras se introducía en mi cabeza. Tragué saliva varias veces, mientras los
nervios se apoderaban de mí. Una vez abrí la puerta, levanté la vista, la
oscuridad se alzaba ante a mí. Encendí la linterna, estaba en el salón, era un
amplio salón con una chimenea al fondo. Frente a ella una pequeña mesita con un
sofá y dos sillones. Entonces la reconocí, era mi casa. Los recuerdos empezaron
a amontonarse en mi mente y me entró un súbito dolor de cabeza. Me acerqué y me
senté en el sofá, junto a la chimenea, la leña todavía estaba humeante. Junto
al sofá estaba mi maleta gris. La cogí y la abrí, allí estaba la pistola, donde
la había dejado, preparada para el último capítulo. Era una historia increíble
para mi última novela, sería un best
seller –pensé–. Apreté el gatillo, oí un fuerte estruendo…, y llegó la
oscuridad, el silencio, la noche, el fin.
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