viernes, 22 de febrero de 2019

EL MISTERIO DE LA MUJER OSCURA

“EL MISTERIO DE LA MUJER OSCURA”.


Capítulo 1.- De vuelta a casa.
Era una inhóspita, fría y desapacible mañana de un mes de noviembre cualquiera en un pueblo situado en cualquier lugar del norte peninsular. Levanté la vista cuando el sol pretendía, sin conseguirlo, hacerse un hueco entre la espesa niebla que cubría la grisácea bóveda celeste. Como cada mañana, en aquellos momentos me encontraba haciendo el recorrido de vuelta desde la biblioteca municipal hasta mi casa. Un recorrido que conocía tan bien que podría hacerlo a ciegas sin riesgo a tropezarme o, al menos, eso pensaba. De vez en cuando algún vehículo se cruzaba en mi camino o pasaba junto a mí, aminorando la marcha para evitar salpicarme al pisar los charcos que la lluvia había dibujado el día anterior en el firme de la calzada. Por lo demás, el silencio facilitaba mis pensamientos. Doblé por la calle del Corregidor y accedí a la plaza Mayor, de origen medieval, con sus típicos soportales, que tantos días de lluvia y viento me habían servido de cobijo. Tras cruzar la plaza y a escasos metros pude vislumbrar la catedral, majestosa, solemne, imponente, dominando el centro histórico y sus aledaños. Un deleite para mis ojos, que la veían, la miraban, la contemplaban y la disfrutaban cada día. Tras sortear la catedral, doblé por la calle de los Infantes, me encontraba ya a escasos metros de mi casa.
Andando, pensando en todo y en nada, me acercaba al final del trayecto, donde me esperaba, eso quería pensar, algún suculento manjar preparado por mi madre.
En ese momento, escuché el ruido de un vehículo que pasó junto a mí a toda velocidad, sentí cómo varios litros de agua fría se desplazaban desde un charco cercano hasta mis piernas, no había tenido tiempo de reaccionar. El vehículo, negro azabache, continuó calle abajo y dobló por la calle del Ayuntamiento, perdiéndose de mi vista. Escuché un fuerte estruendo y, a continuación, de nuevo, el silencio.

Capítulo 2.- El vehículo negro.
Por el fuerte estruendo, imaginé un accidente, posiblemente aquel vehículo negro habría colisionado con algo o, peor, con alguien. Me apresuré a ir a su encuentro para comprobar qué había pasado y asegurarme que no había daños personales.
Nada más doblar la esquina pude ver el vehículo. Había chocado contra el muro de un edificio de viviendas y su parte delantera estaba literalmente embutida en el muro. Me acerqué para mirar a través de las ventanillas, pero no se veía nada, los cristales eran ahumados y tras ellos sólo pude ver el reflejo de mi angustiado rostro. Abrí con presteza la puerta del conductor y entonces pude verla, aferrada al volante y con la cara ensangrentada. Miré hacia el interior del coche, pero no había nadie más. Era una mujer joven, no más de treinta años, y su negra melena se confundía con su blusa y su pantalón, también negros. La así del brazo instintivamente para comprobar si reaccionaba y, al instante, abrió los ojos, que se encontraron fugazmente con los míos. A través de ellos intuí su pena y su sufrimiento, que acogí inmediatamente como míos.
-       ¿Se encuentra usted bien?
La mujer intentó decirme algo, pero las palabras no podían salir de su boca.
-       Avisaré al teléfono de Emergencias –dije con rotundidad–.
La mujer mostró repentinamente un rostro aterrorizado y desistí de hacer la llamada. Me hizo un gesto y acercando su mano izquierda, dejó caer suavemente sobre mi palma un pequeño y sangriento papel arrugado. En ese momento escuché la sirena de un coche de Policía que se acercaba. La mujer volvió a mirarme y me hizo señas para que me fuera cuanto antes. Dudé, pero no podía hacer nada más y, además, la Policía se encargaría de avisar a la ambulancia –pensé–. Intenté fijar mi vista en sus ojos por última vez intentando encontrar respuestas, pero fue inútil, me esquivaron.

Capítulo 3.- La nota.
Me fui apresuradamente del lugar de los hechos y continué el camino de vuelta a casa, ahora con más celeridad. El accidente me había retrasado y posiblemente mi madre ya estaría preocupada por mi retraso; habitualmente solía ser muy puntual.
Como esperaba, mi madre había preparado una buena comida. Había sido una mañana muy larga y estaba muerto de hambre.
Esa tarde no pude quitarme de la cabeza la imagen de aquella enigmática mujer y su rostro, desencajado y ensangrentado. Recordé entonces la nota que me había entregado. ¿Por qué me la entregaría?, ¿qué contendría?... Introduje la mano en mi bolsillo derecho y saqué aquel papel arrugado y manchado de sangre. Imaginé un mensaje, un código o incluso un nombre en clave. Desenvolví el papel con mucho cuidado, estaba todavía húmedo por el contacto con la sangre y podía romperse al manipularlo, quedando oculto para siempre el enigma que custodiaba. Cuando por fin lo desenvolví, me quedé frio, la sangre se congeló en mis venas…, era una simple servilleta de una taberna del pueblo y, además, nadie había escrito absolutamente nada en ella, ni mensaje, ni clave, ni código, ni nada de nada. Estaba abatido y decepcionado. ¿Cómo desentrañar aquel enigma sin ninguna pista? Revisé la servilleta de arriba a abajo, “Taberna Rosales, calle del Mercado, nº 7”, era el único mensaje que aparecía grabado en tinta en su parte superior izquierda. No era una gran pista, pero no tenía nada mejor.
Al día siguiente iría a aquella taberna para conseguir información sobre la mujer oscura, la llamaré así por el color de su indumentaria y de su vehículo, debía averiguar el estado en que se encontraba, temía por su vida, aunque es muy probable que los servicios de emergencias hubieran llegado a tiempo de reanimarla. Debía ser precavido, porque no sabía quién podría estar detrás de este misterio.

Capítulo 4.- La taberna.
A la mañana siguiente, a primera hora, me dirigí a la taberna. No estaba muy lejos de la biblioteca. La calle del Mercado era muy conocida, en ella se instalaba todos los miércoles el mercadillo semanal, se cortaba al tráfico y los puestos y el gentío dificultaban el tránsito por ella. Era martes, así que no me costó llegar a la taberna.
Su interior era oscuro, decorado en madera y con muy poca luz, la típica lúgubre taberna. No había mucha gente, tan solo tres clientes, un barman al otro lado de la barra y varias mesas vacías. Pasé junto a ellos y me dirigí al final de la barra, donde se encontraban los periódicos del día. Desde allí podía ver quién entraba y salía, y aprovecharía para leer la actualidad mientras desayunaba un café con tostadas. En principio no vi nada anormal, salvo la oscuridad que reinaba en su interior. Tras pedir el desayuno, cogí el único periódico que estaba disponible.
Una mujer aparece muerta en el coche que conducía”, era el titular a toda página.
-       ¿Muerta?, no era posible… –pensé–.
Abrí el periódico para ver el detalle de la noticia: “Una mujer aparece muerta, con un disparo en la cabeza, tras empotrarse el coche que conducía a toda velocidad contra un muro. Según fuentes policiales, varios testigos vieron a un hombre acercarse al vehículo y abrir la puerta del conductor. Poco después el hombre, que vestía una gabardina gris y un pantalón vaquero, salió corriendo del lugar de los hechos. La Policía está buscando al sospechoso. Se ruega la colaboración de los vecinos”.
El día anterior llevaba una gabardina gris y un pantalón vaquero, pero yo no había matado a nadie y cuando dejé a la mujer no tenía ningún disparo en la cabeza... Salí apresuradamente, perseguido por las atentas miradas de aquellos hombres que se quedaban en la taberna. ¿Me habrían reconocido?, ¿llamarían a la Policía?
-       ¡Eh, oiga, espere! –escuché la voz del barman–, pero no podía esperar.

Capítulo 5.- Sin pistas.
Fui directamente a la biblioteca, donde más cómodo me sentía y donde mejor podía pensar hablando en silencio con mis mejores amigos, los libros, pero antes había pasado por casa para cambiarme de ropa. Si la Policía reconocía mi indumentaria y me detenía, el misterio de la mujer oscura quedaría sin resolver para siempre.
Aquella tarde estuve dándole vueltas a la cabeza, no conseguía poner en orden los pocos datos y las pocas pistas que había conseguido reunir. Estaba seguro que cuando dejé a la mujer oscura estaba viva, muy viva, sin embargo, cuando llegó pocos segundos después la Policía, ya estaba muerta. Me resultaba muy extraño, sobre todo teniendo en cuenta que la Policía llegó justo cuando yo me iba –escuché su sirena al irme– y debió tardar tan sólo unos segundos en llegar hasta el cuerpo de la mujer. ¿Qué habría ocurrido en esos pocos segundos?, ¿la habrían asesinado?, y si fue así, ¿quién lo haría?, y ¿por qué?... Pero si cuando llegó la Policía la mujer oscura estaba viva, deberían haberla llevado a un hospital –pensé–. En el pueblo sólo había un hospital, así que decidí acercarme a preguntar. Si la mujer no había llegado al hospital, podría significar que había muerto. No quería ni pensarlo. Llegué al hospital y me acerqué al servicio de información.
-       Buenas tardes, quería preguntar por una amiga que tuvo un accidente ayer, por la mañana. Me han dicho que la habían traído aquí –acostumbraba a decir siempre la verdad, pero aquel día no fue uno de ellos–.
-       ¿Pregunta por la mujer de negro? Ya han venido varios amigos suyos para preguntar por ella, parece que es una mujer de amistades… Le diré lo mismo que les dije a todos, si esa mujer existe, aquí no la han traído.
Agradecí las explicaciones de la funcionaria y salí apresuradamente del hospital. Qué extraño, parece que no era el único interesado en la salud de la mujer oscura...

Capítulo 6.- Otra visita a la taberna.
Era miércoles, habían pasado dos días desde el accidente y todavía no había conseguido ninguna pista clarificadora, sino al contrario, las pistas se iban diluyendo a la misma velocidad que la mujer oscura se iba evaporando, como si jamás hubiera existido. Quizás fuera así…
Mi trabajo en la biblioteca no avanzaba, no podía quitarme a la mujer oscura de la cabeza. Revisé en mi memoria todo lo ocurrido desde el accidente, sólo tenía una pista, la nota que me entregó la mujer oscura, pero había resultado ser una servilleta vacía. Pensé que podría haber dejado pasar algo por alto, así que decidí volver a aquella lúgubre taberna. Era miércoles, día de mercadillo, así que me sería más fácil pasar desapercibido. Salí de la biblioteca y me dirigí a la taberna.
Tras sortear el gentío que curioseaba o compraba en los puestos del mercadillo, llegué a la taberna. Estaban todas las mesas ocupadas, así que me senté en el mismo taburete en el que había estado sentado dos días antes. Sentí un escalofrío cuando el barman fijó sus ojos sobre los míos y se abalanzó sobre mí, ¿me habría reconocido?, ¿llamaría a la Policía?
-       Hace dos días estuvo usted aquí y se fue sin pagarme el desayuno –me dijo–.
Resoplé, primero aliviado, después avergonzado. Aquel hombre no me llamó porque me reconociese, sino porque me fui sin pagarle el desayuno. Titubeé durante unos instantes, pasando del miedo a la vergüenza, del rostro color blanquecino al rojizo.
-       Perdóneme, tenía prisa y no me di cuenta. Póngame otro y cóbrese los dos.
  
Capítulo 7.- El sobre.
Mientras tomaba el desayuno, algo me llamó la atención. Vi entrar a la taberna a dos hombres bien vestidos y, tras saludar al barman, sentarse en una de las mesas junto a otros dos hombres de aspecto desaliñado que ya estaban en la taberna. Los observé durante un buen rato disimuladamente. Hablaban susurrando, así que no pude entender lo que decían. Finalmente, uno de los hombres desaliñados entregó un voluminoso sobre a uno de los recién llegados. El hombre abrió el sobre y, mirando con disimulo a ambos lados, introdujo el pulgar y el índice de su mano derecha. Por el movimiento de sus dedos, deduje que contaba dinero.
A continuación, los dos hombres bien vestidos salieron de la taberna y pocos minutos después lo hicieron los dos hombres de aspecto desaliñado. Había terminado mi desayuno y esta vez había pagado, así que decidí seguir a estos últimos. Salí tras ellos y, a solo unos metros de la taberna, los vi entrar en un carromato situado junto a uno de los puestos del mercado. Era un puesto de frutas y verduras de lo más corriente, pero algo me decía que había algo más y que lo que le ocurrió a la mujer oscura estaba relacionado con los hombres que había visto aquella mañana. Me resultó muy sospechoso que esos dos hombres desaliñados, aparentemente necesitados, entregasen tanto dinero a aquellos otros dos hombres bien vestidos. Pero todo eran suposiciones, necesitaba algo más, en realidad no tenía nada, ni tan siquiera estaba seguro de que la mujer oscura estuviera viva o muerta.
Decidí que era el momento de ir a la Policía, aun a riesgo de que me detuvieran. Les explicaría todo lo ocurrido y seguro que lo entenderían. Debían entenderlo.
  
Capítulo 8.- La Comisaría.
Entré en la Comisaría con paso inseguro, frente a mí un policía tras un mostrador.
-       Buenos días, quería informar sobre unos hechos que me han resultado sospechosos en relación con el accidente del pasado lunes, la mujer…
-       ¿La mujer de negro?, ese asunto lo está investigando el sargento Gutiérrez. Por favor, sígame.
Me sorprendió que supiera con tanta facilidad de qué le estaba hablando. Seguí a aquel policía por un pasillo angosto hasta llegar frente a una puerta de madera. Abrió la puerta, el sargento Gutiérrez estaba de espaldas en ese momento, escribiendo algo en una máquina de escribir de las que ya no se llevan. Se giró y me indicó que me sentara. Era alto, fornido, de mediana edad y de aspecto muy serio.
-       Por favor, cuénteme todo lo que sepa del accidente –dijo sin mirarme–.
Le conté todo lo que sabía, mi encuentro con la mujer oscura, la nota que me entregó, mis visitas a la taberna, la entrega del sobre con dinero…
-       Entonces, ¿Cuándo usted llegó al vehículo, la mujer no estaba muerta? Hay testigos que vieron a un hombre escapar del vehículo. El hombre llevaba una gabardina gris y un pantalón vaquero, ¿no era usted?
Preferí no contestar, la gabardina gris y el pantalón vaquero seguían en mi armario, debía deshacerme de ellos cuanto antes.
Cuando salí de la Comisaría estaba anocheciendo y comenzaba a llover. Un furgón oscuro frenó súbitamente frente a mí, bajaron dos hombres, me sujetaron, me amordazaron y me introdujeron en el vehículo. Todo fue muy rápido. Lo siguiente que recuerdo es una habitación oscura, sin ventanas, un hedor insoportable, una silla a la que me encontraba atado y una pequeña mesa frente a mí. Tenía un fuerte dolor de cabeza, creo que volví a quedarme dormido…

Capítulo 9.- La habitación oscura.
-       Me llamo Carlos, ya me conoces…
Abrí los ojos, todavía me dolía la cabeza. ¿Carlos?, era el barman de la taberna.
-       Sí, te conozco, pero no entiendo nada de lo que está pasando.
-       Has metido las narices donde no debías, eso es lo que está pasando. Me caes bien, pero sabes demasiado y eso no te beneficia.
Por su forma de hablar, me pareció entender que era el jefe de la banda, si es que había una banda.
-       ¿Qué vais a hacer conmigo?
-       Todavía no lo sé, Gutiérrez se encargará de ti, le gusta pasarlo bien con los curiosos.
¿Gutiérrez?, el sargento de policía…, las piezas del puzle empezaban a encajar en mi mente.
-       No creo que volvamos a vernos. Ha sido un placer conocerte, saluda a mis abuelos de mi parte –dijo mientras salía sonriendo de la habitación–.
Pasaron varias horas, hasta que oí unos pasos que se acercaban hasta la habitación donde me encontraba. Se abrió la puerta, era un hombre alto y fornido… Gutiérrez. Portaba una porra en su mano derecha y sonreía. Escuché sus gritos de júbilo y sus carcajadas. Poco después sentí varios golpes en la cabeza y en el torso, ya no recuerdo nada más, solo el silencio.

Capítulo 10.- La mujer oscura.
Casi no podía abrir los ojos, pero al fin lo conseguí, me dolía todo el cuerpo. Estaba en el suelo, boca abajo, rodeado de la sangre que todavía brotaba de mi nariz y mis pómulos. Noté algo pesado sobre mí, no podía casi respirar. Intenté levantarme, el esfuerzo mereció la pena, aquello que estaba sobre mí cayó al suelo. Lo miré y lo reconocí, era el sargento Gutiérrez. Le habían disparado en el pecho, su sangre y la mía se entremezclaban en el suelo intentando dibujar o decirme algo.
-       ¿Te encuentras bien?
Escuché una voz femenina que reconocí. Alcé la vista como pude y entonces la vi por segunda vez, era la mujer oscura. Su negra indumentaria se confundía con la oscuridad de la habitación. Su silueta era todavía confusa para mí, pero era ella sin lugar a dudas. Cogió mi mano con la suya para ayudarme a ponerme en pie. Volví a mirarla, era muy hermosa. Me contó que era una policía de asuntos internos que estaba investigando un caso de blanqueo de dinero y tráfico de drogas en el pueblo. La taberna era el centro de las operaciones en las que, además de la policía, estaba implicada una banda de delincuentes. Me dijo que tuvo que simular su muerte para no ser capturada por los policías corruptos y sentía mucho haberme involucrado.
La miré de arriba a abajo y entonces me di cuenta de que sangraba, estaba herida.
-       No te preocupes, nuestro trabajo aquí ha terminado –dijo tranquilizándome.
Salimos a la calle, había dos ambulancias y varios coches de policía que acababan de llegar. Los policías y los médicos corrían entre los curiosos, pero nadie nos prestó atención. Nos miramos fijamente mientras caminábamos cogidos de la mano y muy pronto dejamos de ver, oír y sentir todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Estábamos juntos para siempre.



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