sábado, 23 de febrero de 2019

MISTERIO EN EL MUSEO

“MISTERIO EN EL MUSEO”.


Capítulo 1.- La mañana.
“Por un digno pudor es alabada con todos los nombres Servilia, que yace raptada por una muerte inmisericorde…”. Este es el comienzo de la inscripción en latín de la lápida de Servilia, que captó mi atención durante varios minutos en la sala del museo dedicada a la Córdoba romana. Parecía como si una fuerza misteriosa me hubiera cautivado y me mantuviera tan inmóvil y petrificada como aquella lápida funeraria de época romana frente a la que me encontraba. ¿Quién fue Servilia?, ¿qué misterio se ocultaba tras aquella inscripción de hace unos dos mil años?
-       Lupe, ¿te encuentras bien? –escuché la voz preocupada de mi hermano–.
Asentí levemente con la cabeza y continuamos la visita al museo. Era una mañana muy calurosa en Córdoba y aquel día mi padre nos había llevado a visitar el Museo Arqueológico. La verdad es que hasta llegar frente a esta lápida funeraria no había prestado mucha atención a las explicaciones de la guía, pero a partir de ese momento se despertó mi inquietud investigadora. Aproveché un momento en que la guía nos dejaba unos minutos en el patio del museo para acercarme a preguntarle.
-       Perdone, he leído la inscripción de la lápida funeraria de Servilia. Por favor, ¿podría contarme algo más sobre esta mujer?
-       Por supuesto –me contestó extrañada por mi entusiasmo–, aunque no se sabe mucho más de lo que aparece en la inscripción de la lápida: era una mujer de gran belleza, madre de cuatro hijos y tenía un hermano. Su muerte se produjo de forma prematura, murió muy joven. Era una mujer que irradiaba amor y por eso también era amada y respetada por todos.
-       ¿Por todos? –pensé–, me llamó la atención que entre los afligidos por la muerte de Servilia que aparecían en la inscripción no estuviese su esposo…

Capítulo 2.- La tarde.
Aquella tarde no pude de dejar de pensar en Servilia, ¿cómo habría vivido?, ¿cómo habría muerto?, pero, sobre todo, me intrigaba ese poder de atracción que ejercía sobre mí. Era algo sobrenatural o, al menos, eso me pareció. Estaba inmersa en estas reflexiones cuando de pronto sentí cómo una silueta vaporosa surgía de la nada y se erguía frente a mí. Al principio sentí miedo, pero conforme la silueta iba tomando forma, me fui tranquilizando y creí sentir cómo ese vapor me abrazaba. Entonces miré su cara. Me pareció una persona cercana, conocida… era Servilia. Nuestras miradas se cruzaron por un instante, percibí su pesar y me sentí triste.
-       Lupe, tienes que hacer algo por mí –me dijo–, cuando lo hagas tu curiosidad quedará satisfecha, ¿lo harás?

Capítulo 3.- La noche.
Cuando cayó la noche me acerqué al museo, estaba cerrado, pero por alguna razón sabía cómo entrar sin llamar la atención. Me dirigí al sótano del museo, donde se encuentra el yacimiento del teatro romano de Colonia Patricia (Córdoba). Desde la pasarela, enfoqué con la linterna de mi teléfono la zona que me había sugerido Servilia. Al principio no vi nada anormal, pero súbitamente algo que brillaba al reflejo de la luz de mi linterna emergió de la tierra. Bajé de la pasarela y cogí aquel objeto. Era un brazalete romano con una inscripción: “Scis quia ego amo te” y un nombre, “Andrónico”. Entonces lo comprendí, el esposo de Servilia fue un liberto, un esclavo liberado, que no mereció ser incluido en la inscripción. Tras colocar el brazalete junto a la lápida de Servilia, pude ver su silueta vaporosa y ahora sonriente despedirse de mí mientras desaparecía, junto a otra silueta masculina, en la oscuridad de la noche. Ahora, tras casi dos mil años separados, Servilia y Andrónico volvían a estar juntos.



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