“MISTERIO
EN EL MUSEO”.
Capítulo
1.- La mañana.
“Por
un digno pudor es alabada con todos los nombres Servilia, que yace raptada por
una muerte inmisericorde…”. Este es el comienzo de la
inscripción en latín de la lápida de Servilia, que captó mi atención durante
varios minutos en la sala del museo dedicada a la Córdoba romana. Parecía como
si una fuerza misteriosa me hubiera cautivado y me mantuviera tan inmóvil y
petrificada como aquella lápida funeraria de época romana frente a la que me
encontraba. ¿Quién fue Servilia?, ¿qué misterio se ocultaba tras aquella
inscripción de hace unos dos mil años?
-
Lupe, ¿te encuentras bien? –escuché la voz
preocupada de mi hermano–.
Asentí levemente con la cabeza y continuamos la
visita al museo. Era una mañana muy calurosa en Córdoba y aquel día mi padre
nos había llevado a visitar el Museo Arqueológico. La verdad es que hasta
llegar frente a esta lápida funeraria no había prestado mucha atención a las
explicaciones de la guía, pero a partir de ese momento se despertó mi inquietud
investigadora. Aproveché un momento en que la guía nos dejaba unos minutos en el
patio del museo para acercarme a preguntarle.
-
Perdone, he leído la inscripción de la lápida funeraria
de Servilia. Por favor, ¿podría contarme algo más sobre esta mujer?
- Por
supuesto –me contestó extrañada por mi entusiasmo–, aunque no se sabe mucho más
de lo que aparece en la inscripción de la lápida: era una mujer de gran
belleza, madre de cuatro hijos y tenía un hermano. Su muerte se produjo de
forma prematura, murió muy joven. Era una mujer que irradiaba amor y por eso también
era amada y respetada por todos.
- ¿Por
todos? –pensé–, me llamó la atención que entre los afligidos por la muerte de
Servilia que aparecían en la inscripción no estuviese su esposo…
Capítulo
2.- La tarde.
Aquella tarde no pude de dejar de pensar en
Servilia, ¿cómo habría vivido?, ¿cómo habría muerto?, pero, sobre todo, me
intrigaba ese poder de atracción que ejercía sobre mí. Era algo sobrenatural o,
al menos, eso me pareció. Estaba inmersa en estas reflexiones cuando de pronto
sentí cómo una silueta vaporosa surgía de la nada y se erguía frente a mí. Al
principio sentí miedo, pero conforme la silueta iba tomando forma, me fui
tranquilizando y creí sentir cómo ese vapor me abrazaba. Entonces miré su cara.
Me pareció una persona cercana, conocida… era Servilia. Nuestras miradas se
cruzaron por un instante, percibí su pesar y me sentí triste.
-
Lupe, tienes que hacer algo por mí –me dijo–, cuando
lo hagas tu curiosidad quedará satisfecha, ¿lo harás?
Capítulo
3.- La noche.
Cuando cayó la noche me acerqué al museo,
estaba cerrado, pero por alguna razón sabía cómo entrar sin llamar la atención.
Me dirigí al sótano del museo, donde se encuentra el yacimiento del teatro
romano de Colonia Patricia (Córdoba). Desde la pasarela, enfoqué con la
linterna de mi teléfono la zona que me había sugerido Servilia. Al principio no
vi nada anormal, pero súbitamente algo que brillaba al reflejo de la luz de mi
linterna emergió de la tierra. Bajé de la pasarela y cogí aquel objeto. Era un
brazalete romano con una inscripción: “Scis
quia ego amo te” y un nombre, “Andrónico”. Entonces lo comprendí, el esposo
de Servilia fue un liberto, un esclavo liberado, que no mereció ser incluido en
la inscripción. Tras colocar el brazalete junto a la lápida de Servilia, pude
ver su silueta vaporosa y ahora sonriente despedirse de mí mientras desaparecía,
junto a otra silueta masculina, en la oscuridad de la noche. Ahora, tras casi
dos mil años separados, Servilia y Andrónico volvían a estar juntos.
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