sábado, 23 de febrero de 2019

MISTERIO EN EL MUSEO

“MISTERIO EN EL MUSEO”.


Capítulo 1.- La mañana.
“Por un digno pudor es alabada con todos los nombres Servilia, que yace raptada por una muerte inmisericorde…”. Este es el comienzo de la inscripción en latín de la lápida de Servilia, que captó mi atención durante varios minutos en la sala del museo dedicada a la Córdoba romana. Parecía como si una fuerza misteriosa me hubiera cautivado y me mantuviera tan inmóvil y petrificada como aquella lápida funeraria de época romana frente a la que me encontraba. ¿Quién fue Servilia?, ¿qué misterio se ocultaba tras aquella inscripción de hace unos dos mil años?
-       Lupe, ¿te encuentras bien? –escuché la voz preocupada de mi hermano–.
Asentí levemente con la cabeza y continuamos la visita al museo. Era una mañana muy calurosa en Córdoba y aquel día mi padre nos había llevado a visitar el Museo Arqueológico. La verdad es que hasta llegar frente a esta lápida funeraria no había prestado mucha atención a las explicaciones de la guía, pero a partir de ese momento se despertó mi inquietud investigadora. Aproveché un momento en que la guía nos dejaba unos minutos en el patio del museo para acercarme a preguntarle.
-       Perdone, he leído la inscripción de la lápida funeraria de Servilia. Por favor, ¿podría contarme algo más sobre esta mujer?
-       Por supuesto –me contestó extrañada por mi entusiasmo–, aunque no se sabe mucho más de lo que aparece en la inscripción de la lápida: era una mujer de gran belleza, madre de cuatro hijos y tenía un hermano. Su muerte se produjo de forma prematura, murió muy joven. Era una mujer que irradiaba amor y por eso también era amada y respetada por todos.
-       ¿Por todos? –pensé–, me llamó la atención que entre los afligidos por la muerte de Servilia que aparecían en la inscripción no estuviese su esposo…

Capítulo 2.- La tarde.
Aquella tarde no pude de dejar de pensar en Servilia, ¿cómo habría vivido?, ¿cómo habría muerto?, pero, sobre todo, me intrigaba ese poder de atracción que ejercía sobre mí. Era algo sobrenatural o, al menos, eso me pareció. Estaba inmersa en estas reflexiones cuando de pronto sentí cómo una silueta vaporosa surgía de la nada y se erguía frente a mí. Al principio sentí miedo, pero conforme la silueta iba tomando forma, me fui tranquilizando y creí sentir cómo ese vapor me abrazaba. Entonces miré su cara. Me pareció una persona cercana, conocida… era Servilia. Nuestras miradas se cruzaron por un instante, percibí su pesar y me sentí triste.
-       Lupe, tienes que hacer algo por mí –me dijo–, cuando lo hagas tu curiosidad quedará satisfecha, ¿lo harás?

Capítulo 3.- La noche.
Cuando cayó la noche me acerqué al museo, estaba cerrado, pero por alguna razón sabía cómo entrar sin llamar la atención. Me dirigí al sótano del museo, donde se encuentra el yacimiento del teatro romano de Colonia Patricia (Córdoba). Desde la pasarela, enfoqué con la linterna de mi teléfono la zona que me había sugerido Servilia. Al principio no vi nada anormal, pero súbitamente algo que brillaba al reflejo de la luz de mi linterna emergió de la tierra. Bajé de la pasarela y cogí aquel objeto. Era un brazalete romano con una inscripción: “Scis quia ego amo te” y un nombre, “Andrónico”. Entonces lo comprendí, el esposo de Servilia fue un liberto, un esclavo liberado, que no mereció ser incluido en la inscripción. Tras colocar el brazalete junto a la lápida de Servilia, pude ver su silueta vaporosa y ahora sonriente despedirse de mí mientras desaparecía, junto a otra silueta masculina, en la oscuridad de la noche. Ahora, tras casi dos mil años separados, Servilia y Andrónico volvían a estar juntos.



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viernes, 22 de febrero de 2019

SANGRE EN LA BODEGA

“SANGRE EN LA BODEGA”.

Capítulo 1.- El mensaje.
Aquella noche no había dormido bien, había vuelto de un largo viaje y me costó conciliar el sueño. De madrugada, cuando empezaba a quedarme dormido, me sobresaltó el pitido del teléfono móvil, que había dejado sobre la mesilla. Era el sonido inconfundible de la entrada de un mensaje de WhatsApp. ¿Quién me mandaría un mensaje a esas horas?, pensé. Me incorporé y cogí el teléfono para leer el mensaje, era Pedro:
-       Algo terrible ha ocurrido, por favor ven cuanto antes.
¿Qué le habría pasado a mi amigo?, debía tratarse de algo muy grave para que me mandase un mensaje a esas horas de la madrugada…
Me levanté de la cama rápidamente y le devolví el mensaje para preguntarle, pero ya no estaba en línea; intenté llamarlo, pero el teléfono se encontraba apagado o fuera de cobertura o, al menos, ese fue el mensaje de la operadora.
Pedro y yo éramos amigos desde la infancia y, aunque nuestras vidas habían tomado rumbos diferentes, nunca llegamos a perder nuestra buena amistad, posiblemente era mi único buen amigo. El continúa viviendo en Jumilla, un pueblo de la comarca murciana del Altiplano cuya actividad económica principal es la viticultura, a la que su familia se dedica desde hace varias generaciones. En mi caso, mi trabajo de escritor y periodista me trajo hasta la capital, donde vivo en un pequeño y céntrico apartamento desde hace varios años, lo que ha ocasionado que nuestra relación se ciña, casi exclusivamente, a mis viajes a Jumilla en Navidades y a sus visitas a Madrid para asistir a las presentaciones de mis libros, lo que ocurre cada dos o tres años; mi trabajo de periodista no me deja mucho tiempo para escribir.
La última vez que nos vimos fue precisamente en la presentación de mi último libro, una novela de misterio ambientada en el Madrid de los Austrias, hacía escasamente quince días. Pedro siempre viene a las presentaciones de mis libros y al finalizar aprovechamos para salir por Madrid y recordar los viejos tiempos, los buenos recuerdos de nuestra infancia, los juegos entre viñedos… Sin embargo, aquel día Pedro estaba diferente, intuí que estaba preocupado por algo, pero cuando le pregunté sólo me dijo que en unos días comenzarían los despuntes en los viñedos, un trabajo que conozco muy bien y que consiste en recortar los sarmientos de las cepas de forma que permita la adecuada entrada de la luz del sol en los viñedos. Recordamos aquellos días de nuestra infancia en los que ayudábamos a la familia de Pedro con los despuntes, aunque en realidad lo que más nos gustaba era escondernos entre los viñedos y comernos la uva cuando empezaba a madurar.
Con estas reflexiones dando vueltas en mi cabeza, me vestí y cogí mi maleta gris, que siempre está preparada para viajar. Me gusta visitar durante unos días los lugares donde ambiento mis novelas y mi maleta gris, siempre a punto, me acompaña en todos mis viajes. Bajé al garaje y subí a mi coche, me esperaba un largo viaje que me haría llegar al amanecer a la bodega de mi amigo.
  
Capítulo 2.- La bodega.
Estaba amaneciendo cuando llegué al pueblo y me dirigí directamente hacia la bodega de la familia de Pedro. Tras acceder desde el vallado exterior pude verla, era tal como la recordaba, altiva, espectacular, grandiosa, poderosa… Me vinieron a la mente recuerdos de mi niñez, jugando y correteando con Pedro entre las barricas de roble, escondiéndonos entre ellas. La bodega, aunque había sido reformada, continuaba manteniendo el característico aspecto exterior que tan bien conocía, con una puerta de entrada imponente flanqueada por dos torres de dos plantas. La construcción, realizada por los antepasados de Pedro, databa de finales del siglo XIX, la época dorada de los viñedos del Altiplano jumillano, y la forma de U de la entrada servía para recordarnos el producto al que dedicaban su trabajo y su vida, la Uva. Pedro me dijo en alguna ocasión que su bisabuelo, al que se debía la construcción frontal de la bodega, era un enamorado de la simbología y procuraba que todo lo que hacía tuviera algún significado simbólico.
Junto a la entrada de la bodega había varios vehículos de la Policía Local y de la Guardia Civil. Pude ver a varios agentes que rodeaban la entrada prohibiendo el acceso, probablemente, a los curiosos que ya empezaban a arremolinarse al otro lado del cordón policial. Frente a la puerta de entrada a la bodega pude ver a Pedro junto a un sargento de la Guardia Civil con el que conversaba, aparqué el coche y me dirigí a su encuentro.  
  
Capítulo 3.- El asesinato.
Pedro, nada más verme, salió corriendo a mi encuentro. Se le notaba cansado y con el rostro desencajado. Se abalanzó sobre mí y me abrazó efusivamente, estaba realmente angustiado.
-       Arturo, gracias a Dios que has venido. 
-       Pedro, estoy muy intrigado, por favor, cuéntame lo que ha ocurrido.
-       Aquí no, ven –me cogió del brazo y me llevó hasta una esquina de la bodega, lejos de la gente.
-       Ha muerto Ramón, el catador… en la bodega, parece que lo han asesinado –las palabras de Pedro se atropellaban sin orden ni concierto, estaba muy nervioso.
-       ¿Ramón?, ¿muerto?, ¿asesinado?... –no podía creerlo. Ramón llevaba toda la vida trabajando en la bodega, era como de la familia. Todavía recuerdo cuando corría detrás de nosotros entre los viñedos o cuando nos escondíamos de él entre las vetustas barricas de vino Monastrell, la única variedad de uva que se cultivaba en los viñedos familiares. La familia de Pedro siempre se ha negado a cultivar otras variedades no autóctonas, y ha continuado con la tradición familiar de cultivar la variedad Monastrell y mejorar sus caldos, lo que ha hecho que su bodega haya conseguido uno de los mejores vinos tintos de Jumilla.
-       Estaba deseando que llegaras, nadie sabe lo que ha ocurrido realmente. De madrugada nos llamó la Guardia Civil, que llegó alertada por la alarma de la bodega. Cuando entraron, encontraron el cadáver de Ramón en el interior de la vinoteca, rodeado de un charco de sangre, según me acaba de informar el sargento.
La vinoteca, a la que se accede desde la bodega, es el lugar donde se recibe a los visitantes que vienen a ver la bodega y que, tras probar las diferentes variedades de vino, suelen adquirir algunas botellas. Se trata de una forma de promoción del vino que se ha puesto de moda en los últimos años, conocida como enoturismo, y que ayuda a las bodegas a dar a conocer al público las bondades de sus caldos.
-       El Juez ha venido hace un rato a proceder al levantamiento del cadáver y la Guardia Civil ha ido a comunicar a su esposa lo ocurrido –se lamentó Pedro.
-       Pedro, tenemos que mantener la cabeza fría si queremos encontrar al asesino. Por favor, dime en qué estado estaba el cadáver, cómo ha muerto, las personas que podrían estar interesadas en su muerte… –le dije sacando mi vena detectivesca propia de mis mejores novelas, que todavía están por llegar.
-       Tienes razón –contestó lacónicamente.
Pedro me contó que el cadáver había aparecido en la vinoteca rodeado de un gran charco de sangre, con un disparo que le había atravesado el corazón y, según le había dicho el sargento de la Guardia Civil, el disparo se había realizado a escasos centímetros del pecho –Ramón conocía al asesino– intuí.
Además, la Guardia Civil le había dicho que la puerta de la bodega estaba cerrada, por lo que parece que el asesino tenía llave y cerró la puerta al salir.
-       Hummm, ¿el asesino cerró la puerta al salir?, ¡qué educado!, –pensé–.
Había sido un día muy largo, necesitaba descansar un poco y ordenar mis ideas, así que quedé con Pedro en la bodega a primera hora del día siguiente.

Capítulo 4.- Los sospechosos.
Cuando llegué a la bodega Pedro ya estaba esperándome. Junto a él había tres personas más, que parecían muy afectadas por la muerte de Ramón. Pedro comenzó con las presentaciones:
-       Sofía es el sumiller de la vinoteca, es la persona encargada de realizar la selección de los vinos que se ofrecen a nuestros visitantes. Además, también se encarga de guiar a los visitantes en su recorrido por la bodega, aconsejarles sobre qué el vino comprar, su conservación…
Saludé a Sofía. Era una mujer de mediana estatura, delgada y morena, que rondaría los treinta y tantos años. Me llamaron la atención sus profundos ojos azules, ahora enrojecidos por las lágrimas. Por la forma en que Pedro se dirigió a ella, adiviné cierta cercanía, no sé si sentimental, entre ellos.
-       Arsenio es el enólogo, es nuestro científico y la persona que se encarga de la supervisión de todo el proceso del vino, tanto en los viñedos como en la bodega.
Saludé a Arsenio. Era un hombre de mediana edad y baja estatura, de complexión fuerte y con una calvicie incipiente. Su semblante transmitía cierta preocupación, aunque no le di mayor importancia, en aquellos momentos todos estábamos preocupados.
-       Luis es el jefe de la bodega, es la persona que dirige todo esto. Ya lo conoces, lleva toda la vida con nosotros.
Saludé a Luis afectuosamente, nos conocíamos desde hace años. Luis empezó a trabajar en los viñedos muy joven y con los años y la experiencia fue escalando puestos hasta llegar a jefe de bodega. Se podría decir que era la mano derecha de Pedro, la persona que dirigía la bodega en su ausencia. En nuestra juventud habíamos coincidido muchas veces los tres cuando salíamos por el pueblo. Todavía manteníamos una buena amistad. 
Le pregunté a Luis qué pensaba de todo aquello y si sospechaba de alguien.
-       Hace unos años que nuestra bodega no está dando un buen vino, la calidad ha bajado considerablemente y se empieza a notar en las ventas. Desde la apertura de la vinoteca las ventas han aumentado, pero no lo suficiente.
-       ¿Y a qué puede ser debido? –pregunté-. Esta bodega siempre ha dado el mejor vino del Altiplano.
-       No lo sé, utilizamos las mejores uvas, pero el caldo no es el mejor. Ramón, el catador, me dijo hace unos días que tenía dudas de Arsenio, el enólogo. No le hice mucho caso y ahora ya no podemos preguntarle.
¿Podría ser ese el móvil que estaba buscando?, ¿Tendría Arsenio algún motivo para adulterar el vino?, y si esto fuera así, ¿Sería Arsenio el asesino?
Con estos pensamientos en la cabeza, me acerqué a Jumilla para tomar algo, tenía el estómago vacío y necesitaba pensar. Recordé que la Guardia Civil le había dicho a Pedro que al llegar encontraron cerrada la puerta de la bodega. Me resultaba tan extraño que el asesino se hubiese tomado la molestia de cerrar la puerta…
Cuando ya comenzaba a anochecer, volví a la bodega, que ya estaba cerrada. Entré y deambulé durante horas por la bodega. Buscaba algo, pero no sabía qué. Necesitaba alguna pista que me llevase sobre el asesino.

Capítulo 5.- El pasadizo secreto.
La bodega estaba distribuida en cuatro pasillos con dos hileras de barricas de roble cada uno, en los que el vino se colocaba por antigüedad. En el primer pasillo, el más cercano a la entrada, se encontraba el vino joven, en el segundo el de crianza, en el tercero el de reserva y en el cuarto el de gran reserva. Me dirigí al último pasillo, donde el olor a barrica es más intenso. Recordé que al final de este pasillo había un acceso a un pasadizo secreto (sólo lo conocíamos Pedro y yo) en el que acostumbrábamos a escondernos y a jugar cuando éramos niños. Al pasadizo se accedía moviendo el grifo de una barrica que estaba adecuadamente disimulada en la pared del fondo del pasillo. Giré el grifo y accedí al pasadizo. Estaba oscuro, encendí la linterna y entré. Me lo imaginaba lleno de telarañas, pero, curiosamente, no era así; parece que alguien lo estaba utilizando. El pasadizo era ideal para escabullirse tras el asesinato y esperar al día siguiente para escapar, esto explicaría que la puerta de la bodega estuviera cerrada, pero ¿quién podría conocer su existencia?
Al final del pasadizo había una pequeña habitación que había sido excavada, como parte del pasadizo, en el monte situado detrás de la bodega. Llegué a la habitación, que tenía una pequeña bombilla en el centro. Encendí la luz y apagué la linterna. En el centro había una pequeña mesa redonda y dos sillas. Eran la misma mesa y las mismas sillas que recordaba. Eché un vistazo al resto, pero no había mucho más, salvo varios cuadros pegados en la pared del fondo, formando una especie de collage. Me acerqué a verlos, me resultaban muy familiares. La mayoría eran escenas de nuestra juventud, entre ellos había un cuadro en el que aparecíamos Pedro y yo frente a una casa que creí recordar. Le hice una foto con el teléfono móvil, por si acaso.
-       ¿Quién anda ahí? –oí gritar a alguien desde el otro lado del pasadizo–.
Salí de la habitación, no quería que me vieran allí, y corrí por el pasadizo hasta la entrada. Era Arsenio, la última persona con la que quería encontrarme.
-       Vine anoche a echar un vistazo y se me ha ido el santo cielo. ¿Qué hora es? –pregunté, intentando disimular–.
-       Son las seis y media, los trabajadores de la bodega llegarán de un momento a otro –contestó con voz seca y ronca–. Nunca he visto a nadie en esta zona de la bodega ¿Qué hay ahí?
-       Nada –contesté titubeando–, solo recuerdos.
Cerré la puerta del pasadizo tras de mí y salí de la bodega con paso ligero, no me quería estar a solas con Arsenio.
Aquella mañana no dejaba de pensar en la casa del cuadro, me sonaba tanto... Tenía la sensación de que aquella casa tenía alguna relación con el asesinato.
Decidí acercarme a un bar del pueblo para mostrar la foto a alguien del lugar, quizás alguien supiera la dirección de la casa. La idea fue buena, porque en el primer bar al que fui un hombre, copa de vino en mano, me facilitó la dirección.  
-       Sí, claro que la conozco, es la casa del pintor. Lleva abandonaba más de veinte años. Nadie del pueblo quiere acercarse por allí. Señor, yo de usted no iría –me aconsejó–. 
La respuesta no me dejó muy tranquilo, más bien todo lo contrario, pero tenía que acercarme a la casa. Estaba seguro de que algo encontraría allí.
Estaba anocheciendo, no podía esperar más. Cogí el coche y me dirigí sin más dilación a la casa del pintor.

Capítulo 6.- La casa del pintor.
La casa se encontraba en el lugar más recóndito y alejado del pueblo. Me costó encontrarla, pero al fin pude llegar. Me encontraba frente a la puerta del jardín; por encima de ella pude vislumbrar un estrecho sendero de piedra que llegaba hasta la puerta de la casa. Abrí la puerta y caminé por el sendero de piedra que terminaba en la casa. A mi alrededor emergía un bosque de maleza descuidada que daba al jardín un aspecto tétrico. El aspecto exterior de la casa no era mejor, estaba repleta de enredaderas que no permitían ver el muro y que invadían la puerta y las dos ventanas que la flanqueaban. Me abrí paso entre la maleza hasta llegar a la puerta, el picaporte estaba frío, muy frío. Lo abrí y empujé suavemente la pesada puerta, que comenzó a abrirse con gran facilidad. Me resultó extraño, porque la casa parecía abandonada. Abrí la puerta despacio, muy despacio, mientras el chirrido de las desengrasadas bisagras se introducía en mi cabeza. Tragué saliva varias veces, mientras los nervios se apoderaban de mí. Una vez abrí la puerta, levanté la vista, la oscuridad se alzaba ante a mí. Encendí la linterna, estaba en el salón, era un amplio salón con una chimenea al fondo. Frente a ella una pequeña mesita con un sofá y dos sillones. Entonces la reconocí, era mi casa. Los recuerdos empezaron a amontonarse en mi mente y me entró un súbito dolor de cabeza. Me acerqué y me senté en el sofá, junto a la chimenea, la leña todavía estaba humeante. Junto al sofá estaba mi maleta gris. La cogí y la abrí, allí estaba la pistola, donde la había dejado, preparada para el último capítulo. Era una historia increíble para mi última novela, sería un best seller –pensé–. Apreté el gatillo, oí un fuerte estruendo…, y llegó la oscuridad, el silencio, la noche, el fin.



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EL MISTERIO DE LA MUJER OSCURA

“EL MISTERIO DE LA MUJER OSCURA”.


Capítulo 1.- De vuelta a casa.
Era una inhóspita, fría y desapacible mañana de un mes de noviembre cualquiera en un pueblo situado en cualquier lugar del norte peninsular. Levanté la vista cuando el sol pretendía, sin conseguirlo, hacerse un hueco entre la espesa niebla que cubría la grisácea bóveda celeste. Como cada mañana, en aquellos momentos me encontraba haciendo el recorrido de vuelta desde la biblioteca municipal hasta mi casa. Un recorrido que conocía tan bien que podría hacerlo a ciegas sin riesgo a tropezarme o, al menos, eso pensaba. De vez en cuando algún vehículo se cruzaba en mi camino o pasaba junto a mí, aminorando la marcha para evitar salpicarme al pisar los charcos que la lluvia había dibujado el día anterior en el firme de la calzada. Por lo demás, el silencio facilitaba mis pensamientos. Doblé por la calle del Corregidor y accedí a la plaza Mayor, de origen medieval, con sus típicos soportales, que tantos días de lluvia y viento me habían servido de cobijo. Tras cruzar la plaza y a escasos metros pude vislumbrar la catedral, majestosa, solemne, imponente, dominando el centro histórico y sus aledaños. Un deleite para mis ojos, que la veían, la miraban, la contemplaban y la disfrutaban cada día. Tras sortear la catedral, doblé por la calle de los Infantes, me encontraba ya a escasos metros de mi casa.
Andando, pensando en todo y en nada, me acercaba al final del trayecto, donde me esperaba, eso quería pensar, algún suculento manjar preparado por mi madre.
En ese momento, escuché el ruido de un vehículo que pasó junto a mí a toda velocidad, sentí cómo varios litros de agua fría se desplazaban desde un charco cercano hasta mis piernas, no había tenido tiempo de reaccionar. El vehículo, negro azabache, continuó calle abajo y dobló por la calle del Ayuntamiento, perdiéndose de mi vista. Escuché un fuerte estruendo y, a continuación, de nuevo, el silencio.

Capítulo 2.- El vehículo negro.
Por el fuerte estruendo, imaginé un accidente, posiblemente aquel vehículo negro habría colisionado con algo o, peor, con alguien. Me apresuré a ir a su encuentro para comprobar qué había pasado y asegurarme que no había daños personales.
Nada más doblar la esquina pude ver el vehículo. Había chocado contra el muro de un edificio de viviendas y su parte delantera estaba literalmente embutida en el muro. Me acerqué para mirar a través de las ventanillas, pero no se veía nada, los cristales eran ahumados y tras ellos sólo pude ver el reflejo de mi angustiado rostro. Abrí con presteza la puerta del conductor y entonces pude verla, aferrada al volante y con la cara ensangrentada. Miré hacia el interior del coche, pero no había nadie más. Era una mujer joven, no más de treinta años, y su negra melena se confundía con su blusa y su pantalón, también negros. La así del brazo instintivamente para comprobar si reaccionaba y, al instante, abrió los ojos, que se encontraron fugazmente con los míos. A través de ellos intuí su pena y su sufrimiento, que acogí inmediatamente como míos.
-       ¿Se encuentra usted bien?
La mujer intentó decirme algo, pero las palabras no podían salir de su boca.
-       Avisaré al teléfono de Emergencias –dije con rotundidad–.
La mujer mostró repentinamente un rostro aterrorizado y desistí de hacer la llamada. Me hizo un gesto y acercando su mano izquierda, dejó caer suavemente sobre mi palma un pequeño y sangriento papel arrugado. En ese momento escuché la sirena de un coche de Policía que se acercaba. La mujer volvió a mirarme y me hizo señas para que me fuera cuanto antes. Dudé, pero no podía hacer nada más y, además, la Policía se encargaría de avisar a la ambulancia –pensé–. Intenté fijar mi vista en sus ojos por última vez intentando encontrar respuestas, pero fue inútil, me esquivaron.

Capítulo 3.- La nota.
Me fui apresuradamente del lugar de los hechos y continué el camino de vuelta a casa, ahora con más celeridad. El accidente me había retrasado y posiblemente mi madre ya estaría preocupada por mi retraso; habitualmente solía ser muy puntual.
Como esperaba, mi madre había preparado una buena comida. Había sido una mañana muy larga y estaba muerto de hambre.
Esa tarde no pude quitarme de la cabeza la imagen de aquella enigmática mujer y su rostro, desencajado y ensangrentado. Recordé entonces la nota que me había entregado. ¿Por qué me la entregaría?, ¿qué contendría?... Introduje la mano en mi bolsillo derecho y saqué aquel papel arrugado y manchado de sangre. Imaginé un mensaje, un código o incluso un nombre en clave. Desenvolví el papel con mucho cuidado, estaba todavía húmedo por el contacto con la sangre y podía romperse al manipularlo, quedando oculto para siempre el enigma que custodiaba. Cuando por fin lo desenvolví, me quedé frio, la sangre se congeló en mis venas…, era una simple servilleta de una taberna del pueblo y, además, nadie había escrito absolutamente nada en ella, ni mensaje, ni clave, ni código, ni nada de nada. Estaba abatido y decepcionado. ¿Cómo desentrañar aquel enigma sin ninguna pista? Revisé la servilleta de arriba a abajo, “Taberna Rosales, calle del Mercado, nº 7”, era el único mensaje que aparecía grabado en tinta en su parte superior izquierda. No era una gran pista, pero no tenía nada mejor.
Al día siguiente iría a aquella taberna para conseguir información sobre la mujer oscura, la llamaré así por el color de su indumentaria y de su vehículo, debía averiguar el estado en que se encontraba, temía por su vida, aunque es muy probable que los servicios de emergencias hubieran llegado a tiempo de reanimarla. Debía ser precavido, porque no sabía quién podría estar detrás de este misterio.

Capítulo 4.- La taberna.
A la mañana siguiente, a primera hora, me dirigí a la taberna. No estaba muy lejos de la biblioteca. La calle del Mercado era muy conocida, en ella se instalaba todos los miércoles el mercadillo semanal, se cortaba al tráfico y los puestos y el gentío dificultaban el tránsito por ella. Era martes, así que no me costó llegar a la taberna.
Su interior era oscuro, decorado en madera y con muy poca luz, la típica lúgubre taberna. No había mucha gente, tan solo tres clientes, un barman al otro lado de la barra y varias mesas vacías. Pasé junto a ellos y me dirigí al final de la barra, donde se encontraban los periódicos del día. Desde allí podía ver quién entraba y salía, y aprovecharía para leer la actualidad mientras desayunaba un café con tostadas. En principio no vi nada anormal, salvo la oscuridad que reinaba en su interior. Tras pedir el desayuno, cogí el único periódico que estaba disponible.
Una mujer aparece muerta en el coche que conducía”, era el titular a toda página.
-       ¿Muerta?, no era posible… –pensé–.
Abrí el periódico para ver el detalle de la noticia: “Una mujer aparece muerta, con un disparo en la cabeza, tras empotrarse el coche que conducía a toda velocidad contra un muro. Según fuentes policiales, varios testigos vieron a un hombre acercarse al vehículo y abrir la puerta del conductor. Poco después el hombre, que vestía una gabardina gris y un pantalón vaquero, salió corriendo del lugar de los hechos. La Policía está buscando al sospechoso. Se ruega la colaboración de los vecinos”.
El día anterior llevaba una gabardina gris y un pantalón vaquero, pero yo no había matado a nadie y cuando dejé a la mujer no tenía ningún disparo en la cabeza... Salí apresuradamente, perseguido por las atentas miradas de aquellos hombres que se quedaban en la taberna. ¿Me habrían reconocido?, ¿llamarían a la Policía?
-       ¡Eh, oiga, espere! –escuché la voz del barman–, pero no podía esperar.

Capítulo 5.- Sin pistas.
Fui directamente a la biblioteca, donde más cómodo me sentía y donde mejor podía pensar hablando en silencio con mis mejores amigos, los libros, pero antes había pasado por casa para cambiarme de ropa. Si la Policía reconocía mi indumentaria y me detenía, el misterio de la mujer oscura quedaría sin resolver para siempre.
Aquella tarde estuve dándole vueltas a la cabeza, no conseguía poner en orden los pocos datos y las pocas pistas que había conseguido reunir. Estaba seguro que cuando dejé a la mujer oscura estaba viva, muy viva, sin embargo, cuando llegó pocos segundos después la Policía, ya estaba muerta. Me resultaba muy extraño, sobre todo teniendo en cuenta que la Policía llegó justo cuando yo me iba –escuché su sirena al irme– y debió tardar tan sólo unos segundos en llegar hasta el cuerpo de la mujer. ¿Qué habría ocurrido en esos pocos segundos?, ¿la habrían asesinado?, y si fue así, ¿quién lo haría?, y ¿por qué?... Pero si cuando llegó la Policía la mujer oscura estaba viva, deberían haberla llevado a un hospital –pensé–. En el pueblo sólo había un hospital, así que decidí acercarme a preguntar. Si la mujer no había llegado al hospital, podría significar que había muerto. No quería ni pensarlo. Llegué al hospital y me acerqué al servicio de información.
-       Buenas tardes, quería preguntar por una amiga que tuvo un accidente ayer, por la mañana. Me han dicho que la habían traído aquí –acostumbraba a decir siempre la verdad, pero aquel día no fue uno de ellos–.
-       ¿Pregunta por la mujer de negro? Ya han venido varios amigos suyos para preguntar por ella, parece que es una mujer de amistades… Le diré lo mismo que les dije a todos, si esa mujer existe, aquí no la han traído.
Agradecí las explicaciones de la funcionaria y salí apresuradamente del hospital. Qué extraño, parece que no era el único interesado en la salud de la mujer oscura...

Capítulo 6.- Otra visita a la taberna.
Era miércoles, habían pasado dos días desde el accidente y todavía no había conseguido ninguna pista clarificadora, sino al contrario, las pistas se iban diluyendo a la misma velocidad que la mujer oscura se iba evaporando, como si jamás hubiera existido. Quizás fuera así…
Mi trabajo en la biblioteca no avanzaba, no podía quitarme a la mujer oscura de la cabeza. Revisé en mi memoria todo lo ocurrido desde el accidente, sólo tenía una pista, la nota que me entregó la mujer oscura, pero había resultado ser una servilleta vacía. Pensé que podría haber dejado pasar algo por alto, así que decidí volver a aquella lúgubre taberna. Era miércoles, día de mercadillo, así que me sería más fácil pasar desapercibido. Salí de la biblioteca y me dirigí a la taberna.
Tras sortear el gentío que curioseaba o compraba en los puestos del mercadillo, llegué a la taberna. Estaban todas las mesas ocupadas, así que me senté en el mismo taburete en el que había estado sentado dos días antes. Sentí un escalofrío cuando el barman fijó sus ojos sobre los míos y se abalanzó sobre mí, ¿me habría reconocido?, ¿llamaría a la Policía?
-       Hace dos días estuvo usted aquí y se fue sin pagarme el desayuno –me dijo–.
Resoplé, primero aliviado, después avergonzado. Aquel hombre no me llamó porque me reconociese, sino porque me fui sin pagarle el desayuno. Titubeé durante unos instantes, pasando del miedo a la vergüenza, del rostro color blanquecino al rojizo.
-       Perdóneme, tenía prisa y no me di cuenta. Póngame otro y cóbrese los dos.
  
Capítulo 7.- El sobre.
Mientras tomaba el desayuno, algo me llamó la atención. Vi entrar a la taberna a dos hombres bien vestidos y, tras saludar al barman, sentarse en una de las mesas junto a otros dos hombres de aspecto desaliñado que ya estaban en la taberna. Los observé durante un buen rato disimuladamente. Hablaban susurrando, así que no pude entender lo que decían. Finalmente, uno de los hombres desaliñados entregó un voluminoso sobre a uno de los recién llegados. El hombre abrió el sobre y, mirando con disimulo a ambos lados, introdujo el pulgar y el índice de su mano derecha. Por el movimiento de sus dedos, deduje que contaba dinero.
A continuación, los dos hombres bien vestidos salieron de la taberna y pocos minutos después lo hicieron los dos hombres de aspecto desaliñado. Había terminado mi desayuno y esta vez había pagado, así que decidí seguir a estos últimos. Salí tras ellos y, a solo unos metros de la taberna, los vi entrar en un carromato situado junto a uno de los puestos del mercado. Era un puesto de frutas y verduras de lo más corriente, pero algo me decía que había algo más y que lo que le ocurrió a la mujer oscura estaba relacionado con los hombres que había visto aquella mañana. Me resultó muy sospechoso que esos dos hombres desaliñados, aparentemente necesitados, entregasen tanto dinero a aquellos otros dos hombres bien vestidos. Pero todo eran suposiciones, necesitaba algo más, en realidad no tenía nada, ni tan siquiera estaba seguro de que la mujer oscura estuviera viva o muerta.
Decidí que era el momento de ir a la Policía, aun a riesgo de que me detuvieran. Les explicaría todo lo ocurrido y seguro que lo entenderían. Debían entenderlo.
  
Capítulo 8.- La Comisaría.
Entré en la Comisaría con paso inseguro, frente a mí un policía tras un mostrador.
-       Buenos días, quería informar sobre unos hechos que me han resultado sospechosos en relación con el accidente del pasado lunes, la mujer…
-       ¿La mujer de negro?, ese asunto lo está investigando el sargento Gutiérrez. Por favor, sígame.
Me sorprendió que supiera con tanta facilidad de qué le estaba hablando. Seguí a aquel policía por un pasillo angosto hasta llegar frente a una puerta de madera. Abrió la puerta, el sargento Gutiérrez estaba de espaldas en ese momento, escribiendo algo en una máquina de escribir de las que ya no se llevan. Se giró y me indicó que me sentara. Era alto, fornido, de mediana edad y de aspecto muy serio.
-       Por favor, cuénteme todo lo que sepa del accidente –dijo sin mirarme–.
Le conté todo lo que sabía, mi encuentro con la mujer oscura, la nota que me entregó, mis visitas a la taberna, la entrega del sobre con dinero…
-       Entonces, ¿Cuándo usted llegó al vehículo, la mujer no estaba muerta? Hay testigos que vieron a un hombre escapar del vehículo. El hombre llevaba una gabardina gris y un pantalón vaquero, ¿no era usted?
Preferí no contestar, la gabardina gris y el pantalón vaquero seguían en mi armario, debía deshacerme de ellos cuanto antes.
Cuando salí de la Comisaría estaba anocheciendo y comenzaba a llover. Un furgón oscuro frenó súbitamente frente a mí, bajaron dos hombres, me sujetaron, me amordazaron y me introdujeron en el vehículo. Todo fue muy rápido. Lo siguiente que recuerdo es una habitación oscura, sin ventanas, un hedor insoportable, una silla a la que me encontraba atado y una pequeña mesa frente a mí. Tenía un fuerte dolor de cabeza, creo que volví a quedarme dormido…

Capítulo 9.- La habitación oscura.
-       Me llamo Carlos, ya me conoces…
Abrí los ojos, todavía me dolía la cabeza. ¿Carlos?, era el barman de la taberna.
-       Sí, te conozco, pero no entiendo nada de lo que está pasando.
-       Has metido las narices donde no debías, eso es lo que está pasando. Me caes bien, pero sabes demasiado y eso no te beneficia.
Por su forma de hablar, me pareció entender que era el jefe de la banda, si es que había una banda.
-       ¿Qué vais a hacer conmigo?
-       Todavía no lo sé, Gutiérrez se encargará de ti, le gusta pasarlo bien con los curiosos.
¿Gutiérrez?, el sargento de policía…, las piezas del puzle empezaban a encajar en mi mente.
-       No creo que volvamos a vernos. Ha sido un placer conocerte, saluda a mis abuelos de mi parte –dijo mientras salía sonriendo de la habitación–.
Pasaron varias horas, hasta que oí unos pasos que se acercaban hasta la habitación donde me encontraba. Se abrió la puerta, era un hombre alto y fornido… Gutiérrez. Portaba una porra en su mano derecha y sonreía. Escuché sus gritos de júbilo y sus carcajadas. Poco después sentí varios golpes en la cabeza y en el torso, ya no recuerdo nada más, solo el silencio.

Capítulo 10.- La mujer oscura.
Casi no podía abrir los ojos, pero al fin lo conseguí, me dolía todo el cuerpo. Estaba en el suelo, boca abajo, rodeado de la sangre que todavía brotaba de mi nariz y mis pómulos. Noté algo pesado sobre mí, no podía casi respirar. Intenté levantarme, el esfuerzo mereció la pena, aquello que estaba sobre mí cayó al suelo. Lo miré y lo reconocí, era el sargento Gutiérrez. Le habían disparado en el pecho, su sangre y la mía se entremezclaban en el suelo intentando dibujar o decirme algo.
-       ¿Te encuentras bien?
Escuché una voz femenina que reconocí. Alcé la vista como pude y entonces la vi por segunda vez, era la mujer oscura. Su negra indumentaria se confundía con la oscuridad de la habitación. Su silueta era todavía confusa para mí, pero era ella sin lugar a dudas. Cogió mi mano con la suya para ayudarme a ponerme en pie. Volví a mirarla, era muy hermosa. Me contó que era una policía de asuntos internos que estaba investigando un caso de blanqueo de dinero y tráfico de drogas en el pueblo. La taberna era el centro de las operaciones en las que, además de la policía, estaba implicada una banda de delincuentes. Me dijo que tuvo que simular su muerte para no ser capturada por los policías corruptos y sentía mucho haberme involucrado.
La miré de arriba a abajo y entonces me di cuenta de que sangraba, estaba herida.
-       No te preocupes, nuestro trabajo aquí ha terminado –dijo tranquilizándome.
Salimos a la calle, había dos ambulancias y varios coches de policía que acababan de llegar. Los policías y los médicos corrían entre los curiosos, pero nadie nos prestó atención. Nos miramos fijamente mientras caminábamos cogidos de la mano y muy pronto dejamos de ver, oír y sentir todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Estábamos juntos para siempre.



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