“EL
MISTERIO DE LA MUJER OSCURA”.
Capítulo
1.- De vuelta a casa.
Era una inhóspita, fría y desapacible mañana de
un mes de noviembre cualquiera en un pueblo situado en cualquier lugar del
norte peninsular. Levanté la vista cuando el sol pretendía, sin conseguirlo,
hacerse un hueco entre la espesa niebla que cubría la grisácea bóveda celeste. Como
cada mañana, en aquellos momentos me encontraba haciendo el recorrido de vuelta
desde la biblioteca municipal hasta mi casa. Un recorrido que conocía tan bien
que podría hacerlo a ciegas sin riesgo a tropezarme o, al menos, eso pensaba. De
vez en cuando algún vehículo se cruzaba en mi camino o pasaba junto a mí,
aminorando la marcha para evitar salpicarme al pisar los charcos que la lluvia
había dibujado el día anterior en el firme de la calzada. Por lo demás, el
silencio facilitaba mis pensamientos. Doblé por la calle del Corregidor y
accedí a la plaza Mayor, de origen medieval, con sus típicos soportales, que tantos
días de lluvia y viento me habían servido de cobijo. Tras cruzar la plaza y a
escasos metros pude vislumbrar la catedral, majestosa, solemne, imponente,
dominando el centro histórico y sus aledaños. Un deleite para mis ojos, que la veían,
la miraban, la contemplaban y la disfrutaban cada día. Tras sortear la
catedral, doblé por la calle de los Infantes, me encontraba ya a escasos metros
de mi casa.
Andando, pensando en todo y en nada, me
acercaba al final del trayecto, donde me esperaba, eso quería pensar, algún suculento
manjar preparado por mi madre.
En ese momento, escuché el ruido de un vehículo
que pasó junto a mí a toda velocidad, sentí cómo varios litros de agua fría se
desplazaban desde un charco cercano hasta mis piernas, no había tenido tiempo
de reaccionar. El vehículo, negro azabache, continuó calle abajo y dobló por la
calle del Ayuntamiento, perdiéndose de mi vista. Escuché un fuerte estruendo y,
a continuación, de nuevo, el silencio.
Capítulo
2.- El vehículo negro.
Por el fuerte estruendo, imaginé un accidente, posiblemente
aquel vehículo negro habría colisionado con algo o, peor, con alguien. Me
apresuré a ir a su encuentro para comprobar qué había pasado y asegurarme que
no había daños personales.
Nada más doblar la esquina pude ver el vehículo.
Había chocado contra el muro de un edificio de viviendas y su parte delantera
estaba literalmente embutida en el muro. Me acerqué para mirar a través de las
ventanillas, pero no se veía nada, los cristales eran ahumados y tras ellos
sólo pude ver el reflejo de mi angustiado rostro. Abrí con presteza la puerta
del conductor y entonces pude verla, aferrada al volante y con la cara
ensangrentada. Miré hacia el interior del coche, pero no había nadie más. Era
una mujer joven, no más de treinta años, y su negra melena se confundía con su
blusa y su pantalón, también negros. La así del brazo instintivamente para
comprobar si reaccionaba y, al instante, abrió los ojos, que se encontraron fugazmente
con los míos. A través de ellos intuí su pena y su sufrimiento, que acogí inmediatamente
como míos.
-
¿Se encuentra usted bien?
La mujer intentó decirme algo, pero las
palabras no podían salir de su boca.
-
Avisaré al teléfono de Emergencias –dije con
rotundidad–.
La mujer mostró repentinamente un rostro
aterrorizado y desistí de hacer la llamada. Me hizo un gesto y acercando su
mano izquierda, dejó caer suavemente sobre mi palma un pequeño y sangriento papel
arrugado. En ese momento escuché la sirena de un coche de Policía que se
acercaba. La mujer volvió a mirarme y me hizo señas para que me fuera cuanto
antes. Dudé, pero no podía hacer nada más y, además, la Policía se encargaría
de avisar a la ambulancia –pensé–. Intenté fijar mi vista en sus ojos por
última vez intentando encontrar respuestas, pero fue inútil, me esquivaron.
Capítulo
3.- La nota.
Me fui apresuradamente del lugar de los hechos
y continué el camino de vuelta a casa, ahora con más celeridad. El accidente me
había retrasado y posiblemente mi madre ya estaría preocupada por mi retraso; habitualmente
solía ser muy puntual.
Como esperaba, mi madre había preparado una
buena comida. Había sido una mañana muy larga y estaba muerto de hambre.
Esa tarde no pude quitarme de la cabeza la
imagen de aquella enigmática mujer y su rostro, desencajado y ensangrentado.
Recordé entonces la nota que me había entregado. ¿Por qué me la entregaría?,
¿qué contendría?... Introduje la mano en mi bolsillo derecho y saqué aquel
papel arrugado y manchado de sangre. Imaginé un mensaje, un código o incluso un
nombre en clave. Desenvolví el papel con mucho cuidado, estaba todavía húmedo
por el contacto con la sangre y podía romperse al manipularlo, quedando oculto
para siempre el enigma que custodiaba. Cuando por fin lo desenvolví, me quedé
frio, la sangre se congeló en mis venas…, era una simple servilleta de una
taberna del pueblo y, además, nadie había escrito absolutamente nada en ella,
ni mensaje, ni clave, ni código, ni nada de nada. Estaba abatido y
decepcionado. ¿Cómo desentrañar aquel enigma sin ninguna pista? Revisé la
servilleta de arriba a abajo, “Taberna Rosales, calle del Mercado, nº 7”, era
el único mensaje que aparecía grabado en tinta en su parte superior izquierda.
No era una gran pista, pero no tenía nada mejor.
Al día siguiente iría a aquella taberna para
conseguir información sobre la mujer oscura, la llamaré así por el color de su
indumentaria y de su vehículo, debía averiguar el estado en que se encontraba,
temía por su vida, aunque es muy probable que los servicios de emergencias hubieran
llegado a tiempo de reanimarla. Debía ser precavido, porque no sabía quién
podría estar detrás de este misterio.
Capítulo
4.- La taberna.
A la mañana siguiente, a primera hora, me
dirigí a la taberna. No estaba muy lejos de la biblioteca. La calle del Mercado
era muy conocida, en ella se instalaba todos los miércoles el mercadillo
semanal, se cortaba al tráfico y los puestos y el gentío dificultaban el
tránsito por ella. Era martes, así que no me costó llegar a la taberna.
Su interior era oscuro, decorado en madera y
con muy poca luz, la típica lúgubre taberna. No había mucha gente, tan solo tres
clientes, un barman al otro lado de la barra y varias mesas vacías. Pasé junto
a ellos y me dirigí al final de la barra, donde se encontraban los periódicos
del día. Desde allí podía ver quién entraba y salía, y aprovecharía para leer
la actualidad mientras desayunaba un café con tostadas. En principio no vi nada
anormal, salvo la oscuridad que reinaba en su interior. Tras pedir el desayuno,
cogí el único periódico que estaba disponible.
“Una
mujer aparece muerta en el coche que conducía”, era el titular a toda
página.
-
¿Muerta?, no era posible… –pensé–.
Abrí el periódico para ver el detalle de la
noticia: “Una mujer aparece muerta, con
un disparo en la cabeza, tras empotrarse el coche que conducía a toda velocidad
contra un muro. Según fuentes policiales, varios testigos vieron a un hombre
acercarse al vehículo y abrir la puerta del conductor. Poco después el hombre,
que vestía una gabardina gris y un pantalón vaquero, salió corriendo del lugar
de los hechos. La Policía está buscando al sospechoso. Se ruega la colaboración
de los vecinos”.
El día anterior llevaba una gabardina gris y un
pantalón vaquero, pero yo no había matado a nadie y cuando dejé a la mujer no
tenía ningún disparo en la cabeza... Salí apresuradamente, perseguido por las atentas
miradas de aquellos hombres que se quedaban en la taberna. ¿Me habrían
reconocido?, ¿llamarían a la Policía?
-
¡Eh, oiga, espere! –escuché la voz del barman–,
pero no podía esperar.
Capítulo
5.- Sin pistas.
Fui directamente a la biblioteca, donde más
cómodo me sentía y donde mejor podía pensar hablando en silencio con mis
mejores amigos, los libros, pero antes había pasado por casa para cambiarme de
ropa. Si la Policía reconocía mi indumentaria y me detenía, el misterio de la
mujer oscura quedaría sin resolver para siempre.
Aquella tarde estuve dándole vueltas a la
cabeza, no conseguía poner en orden los pocos datos y las pocas pistas que había
conseguido reunir. Estaba seguro que cuando dejé a la mujer oscura estaba viva,
muy viva, sin embargo, cuando llegó pocos segundos después la Policía, ya
estaba muerta. Me resultaba muy extraño, sobre todo teniendo en cuenta que la
Policía llegó justo cuando yo me iba –escuché su sirena al irme– y debió tardar
tan sólo unos segundos en llegar hasta el cuerpo de la mujer. ¿Qué habría
ocurrido en esos pocos segundos?, ¿la habrían asesinado?, y si fue así, ¿quién
lo haría?, y ¿por qué?... Pero si cuando llegó la Policía la mujer oscura
estaba viva, deberían haberla llevado a un hospital –pensé–. En el pueblo sólo
había un hospital, así que decidí acercarme a preguntar. Si la mujer no había
llegado al hospital, podría significar que había muerto. No quería ni pensarlo.
Llegué al hospital y me acerqué al servicio de información.
-
Buenas tardes, quería preguntar por una amiga
que tuvo un accidente ayer, por la mañana. Me han dicho que la habían traído
aquí –acostumbraba a decir siempre la verdad, pero aquel día no fue uno de
ellos–.
-
¿Pregunta por la mujer de negro? Ya han venido
varios amigos suyos para preguntar por ella, parece que es una mujer de
amistades… Le diré lo mismo que les dije a todos, si esa mujer existe, aquí no
la han traído.
Agradecí las explicaciones de la funcionaria y
salí apresuradamente del hospital. Qué extraño, parece que no era el único
interesado en la salud de la mujer oscura...
Capítulo
6.- Otra visita a la taberna.
Era miércoles, habían pasado dos días desde el
accidente y todavía no había conseguido ninguna pista clarificadora, sino al
contrario, las pistas se iban diluyendo a la misma velocidad que la mujer
oscura se iba evaporando, como si jamás hubiera existido. Quizás fuera así…
Mi trabajo en la biblioteca no avanzaba, no
podía quitarme a la mujer oscura de la cabeza. Revisé en mi memoria todo lo
ocurrido desde el accidente, sólo tenía una pista, la nota que me entregó la
mujer oscura, pero había resultado ser una servilleta vacía. Pensé que podría
haber dejado pasar algo por alto, así que decidí volver a aquella lúgubre
taberna. Era miércoles, día de mercadillo, así que me sería más fácil pasar
desapercibido. Salí de la biblioteca y me dirigí a la taberna.
Tras sortear el gentío que curioseaba o
compraba en los puestos del mercadillo, llegué a la taberna. Estaban todas las
mesas ocupadas, así que me senté en el mismo taburete en el que había estado
sentado dos días antes. Sentí un escalofrío cuando el barman fijó sus ojos
sobre los míos y se abalanzó sobre mí, ¿me habría reconocido?, ¿llamaría a la
Policía?
-
Hace dos días estuvo usted aquí y se fue sin
pagarme el desayuno –me dijo–.
Resoplé, primero aliviado, después avergonzado.
Aquel hombre no me llamó porque me reconociese, sino porque me fui sin pagarle
el desayuno. Titubeé durante unos instantes, pasando del miedo a la vergüenza, del
rostro color blanquecino al rojizo.
-
Perdóneme, tenía prisa y no me di cuenta.
Póngame otro y cóbrese los dos.
Capítulo
7.- El sobre.
Mientras tomaba el desayuno, algo me llamó la
atención. Vi entrar a la taberna a dos hombres bien vestidos y, tras saludar al
barman, sentarse en una de las mesas junto a otros dos hombres de aspecto
desaliñado que ya estaban en la taberna. Los observé durante un buen rato
disimuladamente. Hablaban susurrando, así que no pude entender lo que decían.
Finalmente, uno de los hombres desaliñados entregó un voluminoso sobre a uno de
los recién llegados. El hombre abrió el sobre y, mirando con disimulo a ambos
lados, introdujo el pulgar y el índice de su mano derecha. Por el movimiento de
sus dedos, deduje que contaba dinero.
A continuación, los dos hombres bien vestidos
salieron de la taberna y pocos minutos después lo hicieron los dos hombres de
aspecto desaliñado. Había terminado mi desayuno y esta vez había pagado, así
que decidí seguir a estos últimos. Salí tras ellos y, a solo unos metros de la
taberna, los vi entrar en un carromato situado junto a uno de los puestos del
mercado. Era un puesto de frutas y verduras de lo más corriente, pero algo me
decía que había algo más y que lo que le ocurrió a la mujer oscura estaba
relacionado con los hombres que había visto aquella mañana. Me resultó muy
sospechoso que esos dos hombres desaliñados, aparentemente necesitados,
entregasen tanto dinero a aquellos otros dos hombres bien vestidos. Pero todo
eran suposiciones, necesitaba algo más, en realidad no tenía nada, ni tan siquiera
estaba seguro de que la mujer oscura estuviera viva o muerta.
Decidí que era el momento de ir a la Policía,
aun a riesgo de que me detuvieran. Les explicaría todo lo ocurrido y seguro que
lo entenderían. Debían entenderlo.
Capítulo
8.- La Comisaría.
Entré en la Comisaría con paso inseguro, frente
a mí un policía tras un mostrador.
-
Buenos días, quería informar sobre unos hechos
que me han resultado sospechosos en relación con el accidente del pasado lunes,
la mujer…
-
¿La mujer de negro?, ese asunto lo está
investigando el sargento Gutiérrez. Por favor, sígame.
Me sorprendió que supiera con tanta facilidad
de qué le estaba hablando. Seguí a aquel policía por un pasillo angosto hasta
llegar frente a una puerta de madera. Abrió la puerta, el sargento Gutiérrez
estaba de espaldas en ese momento, escribiendo algo en una máquina de escribir
de las que ya no se llevan. Se giró y me indicó que me sentara. Era alto,
fornido, de mediana edad y de aspecto muy serio.
-
Por favor, cuénteme todo lo que sepa del
accidente –dijo sin mirarme–.
Le conté todo lo que sabía, mi encuentro con la
mujer oscura, la nota que me entregó, mis visitas a la taberna, la entrega del
sobre con dinero…
-
Entonces, ¿Cuándo usted llegó al vehículo, la
mujer no estaba muerta? Hay testigos que vieron a un hombre escapar del
vehículo. El hombre llevaba una gabardina gris y un pantalón vaquero, ¿no era
usted?
Preferí no contestar, la gabardina gris y el
pantalón vaquero seguían en mi armario, debía deshacerme de ellos cuanto antes.
Cuando salí de la Comisaría estaba anocheciendo
y comenzaba a llover. Un furgón oscuro frenó súbitamente frente a mí, bajaron
dos hombres, me sujetaron, me amordazaron y me introdujeron en el vehículo. Todo
fue muy rápido. Lo siguiente que recuerdo es una habitación oscura, sin
ventanas, un hedor insoportable, una silla a la que me encontraba atado y una pequeña
mesa frente a mí. Tenía un fuerte dolor de cabeza, creo que volví a quedarme
dormido…
Capítulo
9.- La habitación oscura.
-
Me llamo Carlos, ya me conoces…
Abrí los ojos, todavía me dolía la cabeza.
¿Carlos?, era el barman de la taberna.
-
Sí, te conozco, pero no entiendo nada de lo que
está pasando.
-
Has metido las narices donde no debías, eso es
lo que está pasando. Me caes bien, pero sabes demasiado y eso no te beneficia.
Por su forma de hablar, me pareció entender que
era el jefe de la banda, si es que había una banda.
-
¿Qué vais a hacer conmigo?
-
Todavía no lo sé, Gutiérrez se encargará de ti,
le gusta pasarlo bien con los curiosos.
¿Gutiérrez?, el sargento de policía…, las
piezas del puzle empezaban a encajar en mi mente.
-
No creo que volvamos a vernos. Ha sido un
placer conocerte, saluda a mis abuelos de mi parte –dijo mientras salía
sonriendo de la habitación–.
Pasaron varias horas, hasta que oí unos pasos
que se acercaban hasta la habitación donde me encontraba. Se abrió la puerta,
era un hombre alto y fornido… Gutiérrez. Portaba una porra en su mano derecha y
sonreía. Escuché sus gritos de júbilo y sus carcajadas. Poco después sentí
varios golpes en la cabeza y en el torso, ya no recuerdo nada más, solo el
silencio.
Capítulo
10.- La mujer oscura.
Casi no podía abrir los ojos, pero al fin lo
conseguí, me dolía todo el cuerpo. Estaba en el suelo, boca abajo, rodeado de la
sangre que todavía brotaba de mi nariz y mis pómulos. Noté algo pesado sobre
mí, no podía casi respirar. Intenté levantarme, el esfuerzo mereció la pena,
aquello que estaba sobre mí cayó al suelo. Lo miré y lo reconocí, era el
sargento Gutiérrez. Le habían disparado en el pecho, su sangre y la mía se
entremezclaban en el suelo intentando dibujar o decirme algo.
-
¿Te encuentras bien?
Escuché una voz femenina que reconocí. Alcé la
vista como pude y entonces la vi por segunda vez, era la mujer oscura. Su negra
indumentaria se confundía con la oscuridad de la habitación. Su silueta era todavía
confusa para mí, pero era ella sin lugar a dudas. Cogió mi mano con la suya para
ayudarme a ponerme en pie. Volví a mirarla, era muy hermosa. Me contó que era una
policía de asuntos internos que estaba investigando un caso de blanqueo de
dinero y tráfico de drogas en el pueblo. La taberna era el centro de las
operaciones en las que, además de la policía, estaba implicada una banda de
delincuentes. Me dijo que tuvo que simular su muerte para no ser capturada por
los policías corruptos y sentía mucho haberme involucrado.
La miré de arriba a abajo y entonces me di
cuenta de que sangraba, estaba herida.
-
No te preocupes, nuestro trabajo aquí ha
terminado –dijo tranquilizándome.
Salimos a la calle, había dos ambulancias y
varios coches de policía que acababan de llegar. Los policías y los médicos
corrían entre los curiosos, pero nadie nos prestó atención. Nos miramos fijamente
mientras caminábamos cogidos de la mano y muy pronto dejamos de ver, oír y
sentir todo lo que ocurría a nuestro alrededor. Estábamos juntos para siempre.