martes, 30 de diciembre de 2014

EL BOSQUE AL REVÉS


"EL BOSQUE AL REVÉS"



Érase una vez que en un bosque muy, muy lejano, vivía, un niño que se llamaba Sacul, bueno, realmente se llamaba Lucas, pero en ese bosque, todo estaba al revés. Los árboles tenían las copas abajo y las raíces arriba, de noche salía el sol y de día la luna, …


Como era el bosque al revés, cuando Sacul no tenía hambre, se ponía a comer y cuando no tenía sueño, se ponía a dormir.


Un día, como a Sacul le gustaba mucho el agua, invitó a su primo Luis a bañarse en el río sin agua. Como era la primera vez que Luis visitaba a Sacul, no sabía que en este bosque las cosas eran al revés.


Aunque todo funcionaba perfectamente, Luis se quedó muy sorprendido de ver que todo estaba al revés, pero se extrañó mucho más cuando vio que el río no tenía agua.

- Sacul, ¿por qué está todo al revés? 

- Luis, no está nada al revés, siempre ha estado así. ¿es que puede estar mejor de otra forma?


Entonces, Luis se dio cuenta de que las cosas que nos parecen diferentes no tienen por qué estar mal y ya no volvió a preguntarle nunca más a Sacul. Ahora, a Luis le gusta que le llamen Siul.


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lunes, 22 de diciembre de 2014

EL HOMBRE DE NIEVE

“EL HOMBRE DE NIEVE”.


Capítulo 1.- La nieve.
El cristal de la ventana estaba seco, pero en la calle seguía nevando, no se veía a nadie pasear y las pocas personas que pasaban frente a la ventana iban corriendo, estaban haciendo las últimas compras para el día de Nochebuena. Sólo se escuchaba de vez en cuando el chasquido de las maderas de la chimenea cuando se quemaban. Estaba sólo en casa, haciendo los últimos deberes de matemáticas, mis padres también habían salido a comprar, como las personas que pasaban frente a mi ventana. Pero no todos corrían, al otro lado de la calle había un señor sentado en el suelo. Estaba sentado sobre unas cajas de cartón, tenía el pelo largo y una gran barba blanca, que contrastaba con un abrigo de color negro que le llegaba hasta los tobillos. Por un momento, su mirada se cruzó con la mía y pude ver su profunda tristeza. El hombre estaba tan inmóvil que me costaba diferenciarlo de un muñeco de nieve. Tan sólo movía la cabeza, en señal de agradecimiento cuando alguien se paraba y le dejaba unas monedas en una caja de zapatos que había frente a él, aunque casi nadie paraba. Estuve mirando al hombre un buen rato, pero las matemáticas seguían allí, esperándome. De pronto se abrió la puerta.
- ¿Qué haces?
Eran mis padres, que llegaban cargados con las bolsas de la compra.
- Haciendo mates –contesté, tapando con mi mano la libreta–.
- Ya veo... anda, ayúdame con estas bolsas y luego sigues con las mates –dijo mi madre–.
Mientras ayudaba a mi madre con las compras, le pregunté por el hombre misterioso.
- No tiene ningún misterio, sólo es un pobre hombre que está pidiendo para poder comer.
Cuando volví a mirar por la ventana el hombre ya no estaba, había parado de nevar.
Terminé los deberes de mates y nos pusimos a cenar. Mientras cenábamos me acordé de aquel pobre hombre, ¿dónde estaría?, ¿habría conseguido suficiente dinero para cenar?, ¿dónde dormiría?... De alguna manera me sentía culpable, yo tenía comida, abrigo, familia, casa…

Capítulo 2.- El misterio.
- ¡Despierta, hombre, despierta de una vez!  –era la desagradable voz de mi madre de todas las mañanas–. ¡Ufff, qué pereza da levantarse!
- Ya voy –contesté, tapándome la cabeza con la manta–.
Después de desayunar, lo primero que hice fue mirar por la ventana para ver al hombre misterioso, pero no estaba. Tampoco nevaba, por lo que era buen momento para salir a jugar con la nieve que había caído el día anterior.
- Mamá, voy un rato a jugar con la nieve.
- Vale, pero abrígate, hace mucho frío.
- Ya lo he hecho, me he puesto el gorro y los guantes.
Estuve un buen rato jugando, hasta que empezó a nevar. Entré rápidamente en casa, me quité la ropa de abrigo y fui a la ventana. No era posible, el hombre misterioso estaba otra vez allí, al otro lado de la calle. Su mirada, triste y fría, volvió a cruzarse con la mía. Empezó a nevar con fuerza y la barba de aquel hombre se volvía cada vez más blanca.
Estuvo nevando durante varias horas y aquel hombre seguía allí, sin moverse, mirándome fijamente o, al menos, eso me parecía.
Había algo misterioso en aquel hombre que me atraía. Mi curiosidad era más fuerte que el frío que hacía en la calle y decidí salir a verle de cerca, a hablar con él…
Me puse la ropa de abrigo y salí corriendo a la calle, pero el hombre ya no estaba. Había parado de nevar. Aquel día ya no volví a verle.
Por la noche, en la cena, le dije a mis padres lo que estaba pasando. Se miraron por un momento y sonrieron. Entonces mi padre me contó que hace muchos años, antes de que él naciera, hubo un hombre rico de espíritu en el pueblo que cuando llegaba la Nochebuena invitaba a todos los pobres del pueblo a cenar en su casa. Desde entonces, cada año, cuando se acerca la Nochebuena, hay alguien que se disfraza como un pobre y sale a la calle para recordarnos a todos que tenemos que ser agradecidos con lo que tenemos, porque hay gente que no tiene nada para comer, ni ropa para vestirse, ni donde dormir cálidamente. También cuentan que a este hombre sólo se le ve cuando nieva y que cuando deja de nevar, desaparece.
- ¿Y quién se disfraza este año? –pregunté–.
- Nadie lo sabe –contestó mi padre–. Siempre se lleva muy en secreto, dicen que los pobres del pueblo van a cenar en Nochebuena en la casa de la persona que se disfraza, pero esto no se ha podido comprobar, porque nadie lo ha contado nunca.
- Ya, entonces si voy mirando por todas las casas del pueblo, podría averiguar quién es.
- Son demasiadas casas y hace demasiado frío para ir casa por casa.
- Es cierto, bueno, intentaré acercarme a él cuando esté frente a la ventana.
Después de cenar volví a la ventana, pero no había nadie. Tampoco nevaba. Aunque la historia que me había contado mi padre era difícil de creer, la verdad es que se parecía mucho a lo que estaba pasando con el hombre misterioso. Si quería averiguar quién era aquel hombre, tendría que darme prisa, porque al día siguiente era Nochebuena.
Antes de acostarme, llamé por teléfono a mi amigo Luis. Luis iba a mi clase, pero no le gustaban los misterios tanto como a mí, el gran misterio de Luis era que aprobase con buena nota todas las asignaturas, porque yo nunca lo he visto estudiar.
- ¿Estás loco? –me dijo, después de haberle contado lo que quería hacer–.
- Luis, sólo tenemos que ir casa por casa, hasta encontrarlo. Sabemos que estará en la casa donde estén cenando todos los pobres del pueblo.
- Casi nada. ¿Sabes lo que estás diciendo? Además, tu padre te ha contado una película que no tiene ni pies ni cabeza.
- No seas quejica, que no es para tanto.
Me costó más de lo que pensaba convencerlo, pero al final lo conseguí. Quedamos al día siguiente, después de comer.

Capítulo 3.- La Nochebuena.
Al día siguiente, Nochebuena, me levanté temprano y fui corriendo a la ventana, pero no había nadie. El hombre misterioso no estaba y tampoco nevaba.
Después de desayunar, volví a la ventana, estaba convencido de que encontraríamos al hombre misterioso. Llamé a Luis y le dije que estuviera preparado, por si acaso; me acerqué a la ventana y me quedé durante un buen rato mirando al otro lado de la calle.
Como en las películas, tenía dos planes, el plan A, que consistía en acercarnos al hombre misterioso cuando empezase a nevar, y el plan B, por si fallaba el plan A, que consistía en ir al barrio de los ricos del pueblo y buscar casa por casa.
Aquella noche no había dormido mucho, estuve casi toda la noche pensando quién sería aquel hombre misterioso y el cansancio pudo conmigo, me quedé dormido.
Me despertó el sonido del teléfono, fui corriendo a cogerlo, era Luis.
- Está nevando, ¿lo has visto?
- Uff, vaya, me he quedado dormido, espera.
Dejé el teléfono y volví corriendo a la ventana, pero el hombre misterioso no estaba al otro lado de la calle. Había parado de nevar.
- Luis, se me ha escapado, me he quedado dormido y ahora ya no nieva.
- No te preocupes, esta noche le vamos a dar una sorpresa.
- Eso espero…
En la comida, pregunté a mis padres si habían visto al hombre misterioso al otro lado de la calle, pero habían ido a casa de mis abuelos y no habían visto nada.
Después de comer, fui a la plaza de la Iglesia, donde había quedado con Luis. Llegó puntualmente y fuimos al barrio de los ricos, era un barrio que estaba al otro lado del río que, por cierto, estaba congelado.
Se trataba de un barrio residencial, donde vivía la gente del pueblo que tenía más dinero. Todas las casas del barrio eran grandes y lujosas, con dos o tres pisos y algunas de ellas tenían una piscina en el jardín.
Empezamos a andar por las calles y a mirar entre las rejas de las casas, buscando una donde hubiera muchos invitados, pero hacía mucho frío y no se veía a nadie por la calle.
Así estuvimos varias horas, hasta que nos cansamos de tanto buscar. Fue un fracaso.
- Luís, tenemos que irnos a cenar, mis padres deben estar ya esperándome.
- Si, a mí también y, además, estoy muy cansado y hambriento.
Volvimos a casa corriendo, llegábamos tarde y la reprimenda que nos iban a echar nuestros padres iba a ser mayúscula. Despedí a Luis en la plaza de la Iglesia y seguí corriendo.
Cuando estaba llegando a casa comenzó nuevamente a nevar. Pensé en el hombre misterioso, si tenía suerte todavía podía verlo frente a mi casa, al otro lado de la calle.
Llegué frente a mi casa, pero el hombre misterioso no estaba, aunque continuaba nevando.
Era ya muy tarde. Cuando fui a entrar a casa oí gritos y alboroto…, mis padres se estarían acordando del día en que me conocieron. Ufff, qué mal rollo...
Abrí la puerta temiéndome lo peor, pero no era lo que pensaba. Entré al salón. No podía creer lo que estaba viendo. Había varias personas sentadas en la mesa, vestidas con ropa muy parecida a la que solía llevar el hombre misterioso, eran pobres.
- Ya era hora –dijo mi padre, guiñándome un ojo–.
- Venga, siéntate que ya es tarde, te estábamos esperando –dijo mi madre–.

Me senté a la mesa y miré a mi alrededor buscando al hombre misterioso, pero no estaba en la mesa, o quizás sí. Mis padres se miraban de reojo mientras yo intentaba encontrar a aquel hombre entre los comensales. Finalmente, mi mirada tropezó con la de mi padre. Lo imaginé con el pelo largo y una gran barba blanca y entonces lo comprendí todo. ¡Feliz Navidad!


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