Capítulo
1.- La nieve.
El cristal de la ventana estaba seco, pero en la calle seguía
nevando, no se veía a nadie pasear y las pocas personas que pasaban frente a la
ventana iban corriendo, estaban haciendo las últimas compras para el día de Nochebuena.
Sólo se escuchaba de vez en cuando el chasquido de las maderas de la chimenea
cuando se quemaban. Estaba sólo en casa, haciendo los últimos deberes de
matemáticas, mis padres también habían salido a comprar, como las personas que
pasaban frente a mi ventana. Pero no todos corrían, al otro lado de la calle
había un señor sentado en el suelo. Estaba sentado sobre unas cajas de cartón,
tenía el pelo largo y una gran barba blanca, que contrastaba con un abrigo de
color negro que le llegaba hasta los tobillos. Por un momento, su mirada se
cruzó con la mía y pude ver su profunda tristeza. El hombre estaba tan inmóvil
que me costaba diferenciarlo de un muñeco de nieve. Tan sólo movía la cabeza,
en señal de agradecimiento cuando alguien se paraba y le dejaba unas monedas en
una caja de zapatos que había frente a él, aunque casi nadie paraba. Estuve
mirando al hombre un buen rato, pero las matemáticas seguían allí, esperándome.
De pronto se abrió la puerta.
- ¿Qué haces?
Eran mis padres, que llegaban cargados con las bolsas de la
compra.
- Haciendo mates –contesté, tapando con mi mano la libreta–.
- Ya veo... anda, ayúdame con estas bolsas y luego sigues
con las mates –dijo mi madre–.
Mientras ayudaba a mi madre con las compras, le pregunté
por el hombre misterioso.
- No tiene ningún misterio, sólo es un pobre hombre que
está pidiendo para poder comer.
Cuando volví a mirar por la ventana el hombre ya no estaba,
había parado de nevar.
Terminé los deberes de mates y nos pusimos a cenar.
Mientras cenábamos me acordé de aquel pobre hombre, ¿dónde estaría?, ¿habría
conseguido suficiente dinero para cenar?, ¿dónde dormiría?... De alguna manera
me sentía culpable, yo tenía comida, abrigo, familia, casa…
Capítulo
2.- El misterio.
- ¡Despierta, hombre, despierta de una vez! –era la
desagradable voz de mi madre de todas las mañanas–. ¡Ufff, qué pereza da
levantarse!
- Ya voy –contesté, tapándome la cabeza con la manta–.
Después de desayunar, lo primero que hice fue mirar por la
ventana para ver al hombre misterioso, pero no estaba. Tampoco nevaba, por lo
que era buen momento para salir a jugar con la nieve que había caído el día
anterior.
- Mamá, voy un rato a jugar con la nieve.
- Vale, pero abrígate, hace mucho frío.
- Ya lo he hecho, me he puesto el gorro y los guantes.
Estuve un buen rato jugando, hasta que empezó a nevar.
Entré rápidamente en casa, me quité la ropa de abrigo y fui a la ventana. No
era posible, el hombre misterioso estaba otra vez allí, al otro lado de la
calle. Su mirada, triste y fría, volvió a cruzarse con la mía. Empezó a nevar
con fuerza y la barba de aquel hombre se volvía cada vez más blanca.
Estuvo nevando durante varias horas y aquel hombre seguía
allí, sin moverse, mirándome fijamente o, al menos, eso me parecía.
Había algo misterioso en aquel hombre que me atraía. Mi
curiosidad era más fuerte que el frío que hacía en la calle y decidí salir a
verle de cerca, a hablar con él…
Me puse la ropa de abrigo y salí corriendo a la calle, pero
el hombre ya no estaba. Había parado de nevar. Aquel día ya no volví a verle.
Por la noche, en la cena, le dije a mis padres lo que
estaba pasando. Se miraron por un momento y sonrieron. Entonces mi padre me
contó que hace muchos años, antes de que él naciera, hubo un hombre rico de espíritu
en el pueblo que cuando llegaba la Nochebuena invitaba a todos los pobres del
pueblo a cenar en su casa. Desde entonces, cada año, cuando se acerca la Nochebuena,
hay alguien que se disfraza como un pobre y sale a la calle para recordarnos a
todos que tenemos que ser agradecidos con lo que tenemos, porque hay gente que
no tiene nada para comer, ni ropa para vestirse, ni donde dormir cálidamente.
También cuentan que a este hombre sólo se le ve cuando nieva y que cuando deja
de nevar, desaparece.
- ¿Y quién se disfraza este año? –pregunté–.
- Nadie lo sabe –contestó mi padre–. Siempre se lleva muy
en secreto, dicen que los pobres del pueblo van a cenar en Nochebuena en la
casa de la persona que se disfraza, pero esto no se ha podido comprobar, porque
nadie lo ha contado nunca.
- Ya, entonces si voy mirando por todas las casas del
pueblo, podría averiguar quién es.
- Son demasiadas casas y hace demasiado frío para ir casa
por casa.
- Es cierto, bueno, intentaré acercarme a él cuando esté
frente a la ventana.
Después de cenar volví a la ventana, pero no había nadie.
Tampoco nevaba. Aunque la historia que me había contado mi padre era difícil de
creer, la verdad es que se parecía mucho a lo que estaba pasando con el hombre
misterioso. Si quería averiguar quién era aquel hombre, tendría que darme
prisa, porque al día siguiente era Nochebuena.
Antes de acostarme, llamé por teléfono a mi amigo Luis.
Luis iba a mi clase, pero no le gustaban los misterios tanto como a mí, el gran
misterio de Luis era que aprobase con buena nota todas las asignaturas, porque
yo nunca lo he visto estudiar.
- ¿Estás loco? –me dijo, después de haberle contado lo que
quería hacer–.
- Luis, sólo tenemos que ir casa por casa, hasta
encontrarlo. Sabemos que estará en la casa donde estén cenando todos los pobres
del pueblo.
- Casi nada. ¿Sabes lo que estás diciendo? Además, tu padre
te ha contado una película que no tiene ni pies ni cabeza.
- No seas quejica, que no es para tanto.
Me costó más de lo que pensaba convencerlo, pero al final lo
conseguí. Quedamos al día siguiente, después de comer.
Capítulo
3.- La Nochebuena.
Al día siguiente, Nochebuena, me levanté temprano y fui
corriendo a la ventana, pero no había nadie. El hombre misterioso no estaba y
tampoco nevaba.
Después de desayunar, volví a la ventana, estaba convencido
de que encontraríamos al hombre misterioso. Llamé a Luis y le dije que
estuviera preparado, por si acaso; me acerqué a la ventana y me quedé durante
un buen rato mirando al otro lado de la calle.
Como en las películas, tenía dos planes, el plan A, que
consistía en acercarnos al hombre misterioso cuando empezase a nevar, y el plan
B, por si fallaba el plan A, que consistía en ir al barrio de los ricos del
pueblo y buscar casa por casa.
Aquella noche no había dormido mucho, estuve casi toda la
noche pensando quién sería aquel hombre misterioso y el cansancio pudo conmigo,
me quedé dormido.
Me despertó el sonido del teléfono, fui corriendo a
cogerlo, era Luis.
- Está nevando, ¿lo has visto?
- Uff, vaya, me he quedado dormido, espera.
Dejé el teléfono y volví corriendo a la ventana, pero el
hombre misterioso no estaba al otro lado de la calle. Había parado de nevar.
- Luis, se me ha escapado, me he quedado dormido y ahora ya
no nieva.
- No te preocupes, esta noche le vamos a dar una sorpresa.
- Eso espero…
En la comida, pregunté a mis padres si habían visto al
hombre misterioso al otro lado de la calle, pero habían ido a casa de mis
abuelos y no habían visto nada.
Después de comer, fui a la plaza de la Iglesia, donde había
quedado con Luis. Llegó puntualmente y fuimos al barrio de los ricos, era un
barrio que estaba al otro lado del río que, por cierto, estaba congelado.
Se trataba de un barrio residencial, donde vivía la gente
del pueblo que tenía más dinero. Todas las casas del barrio eran grandes y
lujosas, con dos o tres pisos y algunas de ellas tenían una piscina en el
jardín.
Empezamos a andar por las calles y a mirar entre las rejas
de las casas, buscando una donde hubiera muchos invitados, pero hacía mucho
frío y no se veía a nadie por la calle.
Así estuvimos varias horas, hasta que nos cansamos de tanto
buscar. Fue un fracaso.
- Luís, tenemos que irnos a cenar, mis padres deben estar
ya esperándome.
- Si, a mí también y, además, estoy muy cansado y
hambriento.
Volvimos a casa corriendo, llegábamos tarde y la reprimenda
que nos iban a echar nuestros padres iba a ser mayúscula. Despedí a Luis en la
plaza de la Iglesia y seguí corriendo.
Cuando estaba llegando a casa comenzó nuevamente a nevar. Pensé
en el hombre misterioso, si tenía suerte todavía podía verlo frente a mi casa,
al otro lado de la calle.
Llegué frente a mi casa, pero el hombre misterioso no
estaba, aunque continuaba nevando.
Era ya muy tarde. Cuando fui a entrar a casa oí gritos y
alboroto…, mis padres se estarían acordando del día en que me conocieron. Ufff,
qué mal rollo...
Abrí la puerta temiéndome lo peor, pero no era lo que
pensaba. Entré al salón. No podía creer lo que estaba viendo. Había varias
personas sentadas en la mesa, vestidas con ropa muy parecida a la que solía
llevar el hombre misterioso, eran pobres.
- Ya era hora –dijo mi padre, guiñándome un ojo–.
- Venga, siéntate que ya es tarde, te estábamos esperando –dijo
mi madre–.
Me senté a la mesa y miré a mi alrededor buscando al hombre
misterioso, pero no estaba en la mesa, o quizás sí. Mis padres se miraban de
reojo mientras yo intentaba encontrar a aquel hombre entre los comensales.
Finalmente, mi mirada tropezó con la de mi padre. Lo imaginé con el pelo largo
y una gran barba blanca y entonces lo comprendí todo. ¡Feliz Navidad!
.